Maravillas cotidianas

De vez en cuando los creativos publicitarios nos dan estas sorpresas tan agradables.

Het Ka Ptah

Tenía pensada una crónica diaria, como la que he ido escribiendo en mi diario de viajes, pero no se puede contar por días lo que se siente por hentis.

Fui por primera vez hace 6 años, aunque antes ya me había recorrido cientos de veces sus cinco mil años de Historia y los rincones más hermosos del don del Nilo. Ya entonces no podía describir mis sentimientos porque no había palabras para expresarlos.

"Ayer – 7 de marzo de 2001 – en la visita del Museo fue como ir a casa de unos amigos y corretear por los pasillos saludándolos uno a uno. Me era todo tan familiar que lo que más me sorprendió fue el tamaño. Algunos eran más grandes de lo que creía (Amenhotep III y Tiyi o el propio Akhenaton) y otros muy pequeños (Djoser… además de pequeño ¡eres mucho más blanco que en las fotografías!). Otros me han sorprendido por lo maravilloso de su trabajo… el sarcófago de Tutankhamon es la joya más hermosa que han visto mis ojos, y el mobiliario de Hetep-heres I, lo más tierno. Las pirámides son demasiado colosales para escribir sobre ellas, y los suelos de alabastro del templo de Khafra deberían ser pisados con respeto… ¡¡cómo odio a los turistas!!".

Así escribía entonces. Nada ha cambiado. No al menos esa parte de mí. Y sigo aborreciendo a los turistas.

Hay turistas y hay viajeros. Yo soy viajera.

Sigo sin saber qué decir debajo de las Pirámides de Giza.



Esta vez, además, he visitado la de Teti (he visto con estos ojitos los Textos de las Pirámides) y la mastaba de Mereruka… Sakkara y el complejo funerario de Djoser… Imhotep, eras un genio… En Dashour aguardan silenciosas y solitarias las "hijas pétras" de Snofru.



Mi corazón llora de emoción al contemplarlas, sus siluetas recortándose en la distancia.



Pertenezco a la aridez del desierto, la Tierra Roja y la soledad del viento sobre la arena.

 

Yo soy viajera.

Enmudezco bajo Meritsegen, "la bienamada que guarda el silencio" y no quebranto la paz del Valle de los Reyes.

 

Callo, para poder sentir cómo se oye, se huele y se saborea. Miro alrededor para ver más de 3000 años inalterados. Y siento los espíritus eternos de aquellos artesanos que con su genio dieron vida a las pinturas de las tumbas, y con ellas a todos los faraones que duermen en la Gran Pradera. He visto 1000 veces 1000 fotos de Biban el-Muluk, pero no muestran la eternidad de sus laderas peladas, el calor sofocante o el azul infinito del cielo. ¿Y las tumbas? Ahora imagino perfectamente a Paneb, a Nefer o a Ched, cavando y decorando las moradas eternas de Ramsés VI, Amenhotep II o Tutmés III. Hablamos de Picasso, Goya o Velázquez como pintores magistrales. ¡Ah, qué grandísima pena que los nombres de los moradores de Set Maat, el Lugar de Verdad (Deir el-Medina) sean menos rimbombantes que los de los reyes a quienes servían!

Yo soy viajera.

Y cada vez que rozo la arenisca inmortal de los templos, cada vez que aspiro el aroma dulzón del río, cuando mis ojos se llenan de la luz de la tierra eterna… es la primera.



 

 

Es entonces cuando vuelvo a ella. Ella que me sonríe en djeser-djeseru, el más esplendoroso de los lugares. El lugar donde es de día y de noche a la vez, el lugar de reposo. Es como llegar a casa. Aquel recoveco petrificado huele a mirra y a incienso del Punt. La luz, como el Nilo, lo inunda todo y lo colma de resplandores que no son de este mundo. Sólo piedra y cielo, pero ¡ah! ¡qué cielo! ¡y qué piedra! Ninguna tan sagrada y hermosa, hecha rampas y columnas, colosos osirianos y capiteles hathóricos. Ningun color tan vivo como en la capilla de Anubis. Y sólo una palabra suficientemente grande para dar cabida a tanta magnificencia: Eternidad.

 

Volveré a ti tantas veces como se me permita en la exigüidad de mi vida, y en todas será como nacer; así es entre tus muros, bajo los riscos que te cortejan y a los que te niegas y das la espalda, coqueta, sabedora de tu incomparable belleza. Aunque busque dentro y fuera de mí el lugar de mi descanso, no hallaré reposo salvo en tu abrazo de piedra. Espérame siempre.

 

Abu Simbel, la montaña pura, donde se sienten los cuatro elementos desde la creación del mundo. El aire salvaje que nace del agua del Nilo y barre la tierra desértica de Nubia bajo el fuego abrasador del sol. Y caminando por siempre sobre las aguas, el viento y la tierra… aquella por quien el sol brilla.

 

Yo soy viajera, de día y de noche, y el Nilo es mi camino.



 

Terenci Moix, con quien tuve el placer de compartir un café en el Marriot, decía en "No digas que fue un sueño" (su mejor libro, para mi gusto):

"Transcurre el Nilo, pero nunca acaba de pasar totalmente. En cambio el hombre pasa. Y también lo hacen los dioses. ¿Quién creó a quién? Nada importa la respuesta. Sólo el pasar existe. Pasaron hombres y dioses, mientras el Nilo se limitaba a transcurrir. Y no sé qué fuerza superior al Nilo tiene poder suficiente para disponer de tantos contrasentidos…".



 

Aguas del Nilo, tan azules aquí en Aswan como si el cielo se hubiera caído dentro. Una playa hecha de desierto y un baño. A merced del río sagrado y su corriente, sintiendo su penetrante abrazo y cómo no se sabe bien quién es parte de quién.

Quiero morir aquí, con los ojos llenos del Nilo y toda la luz que brota del agua y de la tierra.

 

Yo soy viajera y no puedo contar este viaje en días, pues no hay Tiempo ni Espacio en el alma. Y volver a Egipto es un reencuentro a cada instante con lo más arcano y prístino de todos mis yo interiores y anteriores y de aquellos que serán. Es uno de los nexos entre todas mis dispersiones.

 

La tierra negra, la tierra amada. La luz y la sombra.

 

La vida y la muerte. Lo más grande,

 

y lo más pequeño.

 

¡Abrid los ojos y contemplad Egipto, pues ni siquiera en la otra vida habrá un lugar más bello!

 




Próximas publicaciones y proyectos

El lunes 19 me vuelvo a Egipto.  Esta vez será sólo una semana, pero volveré, espero, con muchas más fotos, una crónica que uniré en un flashback a la anterior visita.

También estoy terminando de pasar a Word las Crónicas Kilimanjaleiras y recuperar unas cuantas fotos para irlas ilustrando.

Poco a poco iré "mecanizando" mi diario de viajes y de montaña.

Hay un proyecto llamado "Aconcagua 2008", pero hay que ver las posibilidades reales, tanto a nivel físico (entrenamiento en altura, sobre todo) y de contar con los días libres necesarios que requiere (serán no menos de 25) en Diciembre o en Enero del 2009...  De momento el reto está planteado y aceptado.  Será el colofón a mi carrera en la alta montaña, y aunque deje pendiente la expedición al Baltoro y esa de los 5 picos en Mongolia, sé que si llego a 7000 m, no volveré a estar mucho más arriba de los 4000 m nunca más.  Aún me quedan varias rutas alpinas, pero no más cumbres (¿estoy segura?... ).

Volveré después de presentar mis respetos a Seti I, y de llorar una vez más en "el más esplendoroso de los lugares".

Djbel Toubkal, el techo del Atlas


3 de abril de 2004


Estoy sentada en una piedra a medio camino hacia el refugio Neltner. Pero antes de llegar aquí han sucedido varios acontecimientos en el Atlas.



Luego de dejar las maletas a buen recaudo en el Meridien en Marrakech (echándole un poco de morro) nos pusimos a buscar un taxista intrépido y no muy ladrón que nos llevara a Imlil. Al final pagamos unos 30 euros (300 dhm) para llegar al minúsculo pueblecito bereber. Por el camino, plagado de chumberas coronadas por higos rojos, nos ha parado la policía y el taxista ha tenido que aflojar el cazo correspondiente. Qué vergüenza, de verdad.

No sé qué espíritu tendrá la peña que publica sus historias por internet, pero desde luego la famosa carretera Asni-Imlil no es ni la mitad de chunga de lo que la pintan. No sé, insisto: ir a fiestas de Doña Santos es mucho más peligroso (y volver, ni te cuento). La carretera serpentea por un valle verde a orillas del río, esculpido entre suaves colinas arcillosas. Los pueblecitos camuflan su arquitectura simple y pura de adobe con el fondo terroso de las faldas de las montañas. Al frente, la nieve del Atlas no deja de aproximarse y la agitación comienza dentro de mí. Me siento como un tiburón cuando huele a sangre.

Llegamos a Imlil y allí están los muleros, los guías, el agua y los grupos de turistas y montañeros. Después de apalabrar con el taxista nuestra recogida el martes a las 11, nos cargamos las mochilas –que pesan como cruces- y nos lanzamos por el camino pedregoso, camino pedregoso que va al refugio Neltner. No pasan cinco minutos y ya me quito camiseta y pantalones, quedándome en tirantes y culotte. Bien untadita de Nenuco factor 50 australiano, me acomodo las cinchas y volvemos a la carga. Aún nos insisten unos cuantos muleros más, pero rechazamos su oferta. Somos de Bilbao, ahibalaostia. Su amabilísima y luego añorada oferta.



Aquí el tiempo discurre de otra forma, más despacio, e incluso las ovejas balan a diferente velocidad. Joer, llevo un rato mosca porque hay alguna que berrea como el pequeño y terrible infante franchute del desayuno de esta mañana (de ahí, claramente, por qué acuñaron la expresión). Creía que llevábamos andando un porrón de tiempo –en realidad una hora escasa- y ya nos hemos parado a tomar una cocacola y un par de manzanas en el puesto de Omar el Rojo. Después de saborear las "pommes" proseguimos la marcha. El sendero discurrre por un ancho valle, el lecho de un río al que confluyen todas las aguas del deshielo. Ahora no baja mucha, pero es igualito que un valle del Himalaya, pero en pequeñito.



D. iba fatal, deteniéndonos cada vez con más frecuencia.

Al llegar al último reducto habitado, Chamarouche, y parar a descansar y comer en la tienda de bisutería de Omar Bolemual, nos ha ofrecido quedarnos a pasar la noche, y no ha tenido que insistir mucho. Por eso estoy sentada en esta piedra, sobre la alfombra bereber que acaba de traerme, tan amablemente, y contemplando el atardecer. Mohammed ha venido con el "whisky bereber", el té con menta, que ahora mismo voy a tomar, seguramente, mientras nos preguntamos sobre nuestros mundos diferentes.


4 de abril de 2004

Bonita efeméride. Hemos despertado entre las pulseras, collares, figuras y telas que componen la tienda de Omar. Anoche me puse varios brazaletes y colgants, como una princesa bereber.



La subida hasta el refugio es algo brusca al principio, pero luego se suaviza en el tramo final del valle. No obstante, estas jodías mochilas han acabado con mis hombros, y cuando por fin el refugio ha aparecido a lo lejos, se me ha antojado como si fuera Barad-dûr. Pero allí estábamos, hoy era yo Frodo Bolsón, sin duda.

Nada más llegar, a montar la tienda en una explanada bajo una roca, para estar algo protegidos, aunque el viento viene del collado de enfrente, pero bueno. Y después, a tomarnos un té calentito y a pasar, como lagartos, varias horas sobre una piedra al sol, con Ibrahim, Hussein, Mohammed y el "radio macuto" del pelo negro rizado y brillante. Han ido llegando dos catalanes, dos valencianos, y dos giputxis, que han hecho el Toubkal y el Ras-Timeguida. Más tarde los andaluces que nos seguían y han encontrado la tapa de la cámara que yo había olvidado en una roca.

Vamos a cenar en el refugio a las siete y media; queda tiempo para una siesta. A ver si descansa mi espalda.


5 de abril de 2004

La cena fue de anecdotario. Primero la sala de espera, con aquellos sofás que mirábamos con ojos tiernos, después de no haber pegado ojo con el frío que subía del suelo helado (ni manta térmica ni hostias!!). Luego de esperar el primer turno, nos han colado en el segundo. Después de bautizar a "Filemón" y recordar al "hombre-somormujo" del aeropuerto de Casablanca, aparecía Hussein con un par de tazones de crema de verduras. Jo, si se entera mi madre que me lo tomé sin rechistar… pero atención al segundo plato… peacho de platos de espagueti… o mejor, bentonita, porque venir venían aplastados, pero metías el tenedor y aquello expandía como un suflé. No pudimos ni con cuatro rules de tenedor. Los andaluces y austríacos se meaban, pero las risas en la cocina cuando devolví los platos fueron mayores jajajajajajajajajajajajajaja. Después un colacao y… a sufrir como pocas veces.

Qué nochecita, por diox. Si lo sabemos, nos hacemos la ascensión nocturna, con los de la tanda de las tres de la mañana. Si no llega a ser por mi colchoneta, muero congelada. D. acabó empotrándome contra la tienda para poner el culete y la espalda dentro de la colchoneta, pero ni así. Ha sido una noche eterna.



Sin haber dormido, con el cuerpo contraído y rígido, nos levantamos a las seis. Me dolía la cabeza y estaba cansada; con apenas un colacao entre pecho y espalda ha comenzado la jornada montañera. A la misma hora, sobre las siete, hemos salido unas 15 personas. Tras el repechón del aperitivo, yo me he comido un par de barritas y un brik de batido de chocolate, porque mascaba un desfallecimiento en el siguiente repecho. La nieve estaba dura y costaba avanzar con los crampones. Bajaban ya los componentes del grupo que había subido sobre las cuatro de la mañana, y nos iban contando cómo estaba el camino y cuánto quedaba aún. El "llano" que precede a la rampa final de nieve te permite contemplar el Toubkal en su perfil más amable. Otra cosa es en la cima, pero aún hay que acometer una dura y exigente pala de nieve blanda que te come la vida; aún es peor el tramo final: una pedrera interminable, incómoda y agotadora, una réplica (a menor escala, alabado sea Allah) de la subida a Stella Point.



Tras dejar los crampones en una piedra y descansar un par de minutos, sólo quedábamos la mitad del grupo para acometer la última rampa, y por el camino, íbamos perdiendo unidades. Todavía no sé de dónde sacamos las fuerzas (tal vez el entrenamiento del último año, tal vez toda la experiencia acumulada, tal vez el amor por la montaña o el espíritu de superación), porque en aquellas condiciones en las que subimos… sin dormir, sin apenas comer, con aquellos retortijones triperos… el caso es que, con los 4 madrileños que quedaban, de todo el grupo que salimos a la vez, fue con los que hicimos cumbre, manteniendo siempre el nivel.

Nos sacamos a gusto todas las fotos que quisimos; estuvimos un rato disfrutando del paisaje y de los impresionantes cortados que componen la cara más salvaje del Toubkal, y empezamos a considerar descender. Coronar nos llevó unas 3 horas aproximadamente. El descenso, en cambio, fue una fiesta. No dejamos de sacar fotos, de animar a los desperdigados del gran grupo, parlotear con los que se unían después. Yo la gocé por las rampas de nieve. Mientras subía, uno de los pensamientos que me animaba era el de cuánto iba a disfrutar bajando. Así fue. En menos de dos horas estábamos en el refugio. Nuestros vecinos de tienda, los dos chiquitos de Eibar, habían vuelto también de su excursión por el canal del Ras, pero los valencianos (Filemón y compadre) aún no habían regresado del Timesguida, y eso que los vimos hacer cumbre desde la cima del Toubkal.



Durante nuestro periplo toubkaleiro habían llegado oleadas de gente y el panorama era impresionante. Mohammed y Hussein acarreaban colchonetas y en la cocina había un febril movimiento de personal. A las dos y media ya teníamos todo recogido. Les dejamos los restos de comida a los giputxis (los estorninos les habían entrado en la tienda y comido las barras de pan y toda la fruta, así que les hicimos felices con el queso, el jamón, el fiambre y el bimbo).

Apenas habíamos recorrido cien metros cuando un porteador se pegó a D. Finalmente "el abuelo" se cargó con mi mochila hasta donde se cogen las mulas de regreso. Fuimos a todo meter, vamos, corriendo. En menos de una hora estábamos en Chamarouche, con Omar, Mohammed. D. confundió a Omar con Hassan y apalabró con él dormir en su casa. Claro, cuando se dio cuenta del fallo, ya era tarde. La palabra es sagrada. Así que después de unas "compras" y un té de despedida, bajamos a toda caña (qué gente: con lo despacio que pasa aquí el tiempo, qué prisas se traen con las mulas y ellos mismos por los caminos con el "irra-irra")… y yo con la "tafoud" medio jodida. Acabamos en Aroumd.

Una ducha ¡caliente!, cus-cús y tajine para cenar, y una improvisada cama-maracaná en la que hemos dormido como pepes. El desayuno a las 9. Aquí quedan Hassan, Mohammed, Abdullah… el valle con sus campos y rebaños de cabritillos, los almendros y manzanos, un despertar a la sombra del Toubkal, un pueblo bereber hospitalario y con el que me he reído mucho y he disfrutado de unos días de retiro.



El Picu

También en agosto, un año y una semana más tarde, tras diez días en los Alpes sin poder coronar el Monte Rosa ni Mont Blanc debido al mal tiempo, D. y yo no soportamos la frustración y de vuelta a España decidimos subir el Naranjo de Bulnes.

Mi currículum en la escalada se limitaba a una vía ferrata en Riglos, un rápel de 6 m en la Peña Carria y un par de vías de +III en las Gaillands, en Chamonix, de unos 10 m, no más.

Creo que los dioses de las montañas protegen la inocencia, sobre todo la mía. Cuando llegamos un jueves al mediodía al refugio del Urriellu, la impresionante pared oeste del Picu lucía en todo su esplendor a la luz de la tarde.

 

Para mí el Picu, como para tantos montañeros y escaladores de todo el mundo, es una montaña mítica. Es el alma de los Picos de Europa, aunque no sea la más alta (ese honor le corresponde a la Torre de Cerredo). Pero una vez que has visto el Urriellu, lo buscarás entre todas las demás, entre las nieblas y las nubes bajas, entre la nieve de la ventisca, entre el sudor que te nubla los ojos, allende el sol cegador sobre las calizas, desde el Andara o desde el Cornión.

 

Si me dicen, la primera vez que llegué a sus pies, que un día lloraría sobre su cabeza, habría estallado en carcajadas y tachado de loco a quien tuviera esas ocurrencias descabelladas.

Y un 27 de agosto amaneció el día perfecto.

 

El Picu mostró por qué le llaman "Naranjo", y derramó su hechizo como el sol sus rayos sobre él. Y creo que fue él quien me dejó trepar por su espalda, igual que un padre jugando con sus cachorros, porque así de pequeña e inexperta era yo ascendiendo palmo a palmo, aferrándome a su piel de piedra.

 

No voy a detallar la vía, porque la técnica es la misma para todas las ascensiones y hay muchos escaladores más expertos que ya han escrito sobre ello. Tampoco voy a describir las sensaciones y emociones de estar pegada a una pared dando la espalda a un vacío de 160 m, o los rápeles de 60 m que hice en calcetines porque no soportaba los pies de gato.

  

Fue uno de los días perfectos, memorables e irrepetibles que he tenido el privilegio de vivir. Se me reveló tanto sobre mí misma que hoy no sería como soy de no ser por aquel día. Fue un día de iluminación, de conocerme rincones inexplorados, de un autodominio casi místico, de disciplinar la mente para gobernar el cuerpo y sentirse ilimitado. Fue un día en que cada segundo duró todo el tiempo perdido. Fue un día de renacimiento. Fue un día de gloria, cuando eres más grande por dentro que por fuera y también de humildad y agradecimiento.

 

Mi Kilimanjaro


Yo coroné el Kili el 16 de agosto de 2003, en una ascensión muy parecida a la que muestra el vídeo, aunque yo ví amanecer antes de llegar a Stella Point.
Nunca olvidaré ni un solo minuto de aquellos días.



Kilimanjaro, la montaña de los dioses

No digas que fue otro sueño


Y entre las tinieblas de aquel lugar santificado por los siglos, él me besó dulcemente y dijo:  "En esta vida tuya, en esta larga noche de contar los años quiero un lugar para mí.  Que la eternidad sea para los dos o no sea de ninguno".

Terénci Moix.

CHANYU

El corto verano era arrastrado por el viento helado del norte, que se colaba entre las montañas Altái y campaba a sus anchas por la llanura de Ukok. Pronto la nieve sepultaría los pastos y los rebaños deberían migrar hacia las tierras bajas. Así venía ocurriendo desde los tiempos más remotos.



Natalia Rudenkova y su equipo de excavación se afanaban por llegar a la cámara mortuoria del túmulo que había descubierto en aquel confín de Siberia, muy cerca de la frontera con Mongolia y Kazajstán. Siguiendo los pasos de su padre, Vladimir Rudenko, buscaba los restos de la cultura que hace veinticinco siglos hizo de la meseta de Ukok el hogar de los pazyryk. Enamorada y absorbida por su trabajo, apenas había tenido tiempo en la vida para conocer el mundo más allá de las fronteras del laboratorio de la Universidad de Novosibirsk y las extensas llanuras esteparias, desiertas y frías; tampoco hombres que estuvieran entre su edad y la de su padre, pues sus profesores sobrepasaban los sesenta y sus hallazgos, los mil quinientos años. Acostumbrada a ignorar la llamada de la libido, se sintió confusa ante los impulsos que aquel antropólogo bielorruso le provocaba.

Ilia Platov, doctor en Antropología Social por la Universidad de Minsk, era admirador del trabajo de Rudenko. Participar en la excavación dirigida por su hija había sido una inesperada gratificación y no sólo por lo que a la ciencia se refería. En verdad, Rudenkova era una mujer excepcional.

Absorto en sus pensamientos, Ilia se sobresaltó al escuchar el sonido hueco cuando golpeó sobre una superficie de madera. Soltó la pala y corrió hacia la loma donde divisó a Natalia.



Encaramada en una colina de suave contorno llenaba sus ojos con los colores tristes del desolado paisaje. El verde grisáceo de la hierba rala anunciaba la pronta partida. Los pacíficos pastores de Ukok deberían convertirse en los feroces guerreros pazyryk para defender las praderas donde pasarían el largo y duro invierno, más allá del Altay. Un joven se postró a sus pies: “Chanyu, los jefes urik esperan en la yurta”. Saltó a lomos de Tch’eng-li Ku-t’u y salió al galope estallando en gritos de júbilo. Amaba la libertad, la salvaje estepa y sentir las afiladas caricias del viento en su rostro.


Llegó al campamento con el pelo alborotado y la cara ardiendo bajo la helada piel. Ilia le mostró las tablas de madera. Emocionados, los componentes de la expedición limpiaron la zona y abrieron un agujero en el techo de la cámara. Era el primer túmulo intacto que encontraban. En el interior les esperaba un momento de la Historia congelado hacía veinticinco siglos. Natalia entró por la abertura.


Se hizo el silencio cuando asomó al interior de la yurta. Los jefes urik inclinaron las lanzas y la cabeza en señal de respeto y sumisión a la chanyu. Aunque algunos no estaban muy conformes con tener a una mujer como jefe, lo cierto es que era la mejor guerrera y se había ganado el puesto por sus propios méritos. Así era la ley de los nómadas. Ella había unido las urik, las había guiado en las migraciones invernales hacia los mejores pastos y los había defendido contra los chibe, katanga y karakul. La llamaban yabghu, y se decía que era hija de Tängri; por eso gritaba en la llanura sin ofender a los Antiguos. Así también su montura era hijo de los caballos celestiales del Altay.

La chanyu ocupó su lugar en la asamblea. Los jefes doghoi colocaron un tocado de madera cubierto de pan de oro sobre su cabeza, ratificándola una estación más como jefe del il y jurándole fidelidad y lealtad. Sentados en torno al fuego cada jefe dio cuenta del número de hombres y rebaños de su tribu. Aquel invierno el il pazyryk contaría con unos mil guerreros para defender el ganado, las mujeres y los niños. La travesía por el Altay sería penosa; los shamanes celebrarían ritos en altares de piedra sobre las colinas. Ella misma rogaría a Tängri por la protección de su pueblo.

Pidió que la dejaran sola. Se comunicaría con el dios del Cielo a través de las volutas de humo del fuego sagrado, que ardía en el centro de la tienda de los chanyu desde el principio del tiempo. Y Tängri revelaría sus designios en las nubes y en mensajes que enviaría con el viento. Se tendió sobre la alfombra de fieltro rojo y dejó su mente en blanco mientras se quemaban ramas verdes de alerce, el árbol de los Antiguos. Comenzó a leer los signos sagrados impresos en su piel. Sintió cómo su espíritu se elevaba.

Cuando descendió al suelo, Natalia no percibió olores rancios o de putrefacción. Aquel frigorífico de unos tres metros de largo había conservado a la perfección su contenido. Dispuestos en torno al ataúd podían verse todo tipo de objetos que el difunto utilizaría en la otra vida, en las praderas del cielo, más allá de las nubes. Natalia contempló, con una ternura infinita, una pila de mantas de piel, varias lanzas, imágenes talladas en hueso, escudos de cuero y una alfombra de fieltro rojo sobre la que reposaban los restos de un caballo y el féretro.

Se trataba de un tronco de alerce de unos dos metros de largo, sellado con clavos de bronce. Era sin duda la tumba de un gran guerrero. Totalmente fascinados por el hallazgo, Natalia y sus compañeros extrajeron las verdosas alcayatas y retiraron la tapa. Un bloque de hielo protegía el cuerpo del inexorable paso del tiempo. Calentaron tazas de agua y las vertieron con delicadeza y mimo sobre la masa helada.

El crujido de los cristales al contacto con el agua de los arroyuelos anunciaba el deshielo y el momento de regresar a Ukok. El invierno había sido crudo y las pérdidas numerosas; pero el pueblo pazyryk estaba satisfecho. La chanyu había cuidado de ellos como una madre y los había defendido de hu-kis y yuan-yuans como un padre. Volvería a casa más de la mitad de los que vinieron, y algunos otros que verían la luz en su tierra.

Las mujeres preñadas tallaron en hueso un amuleto para la yabghu: un pájaro-grifo con el pico y las alas abiertos, símbolo de maternidad. Era su manera de expresar los deseos de su pueblo por un vástago que heredara el carisma de su madre. Cuando lo recibió apenas pudo ocultar las lágrimas. En su tatuado brazo lucía una ajorca de plata: un león-grifo luchando contra un dragón-serpiente. Había pertenecido a su padre, un gran guerrero que murió defendiendo a su pueblo. Al aceptarlo había adquirido el compromiso de seguir sus pasos como cabeza de familia, puesto que no había hombres en su yurta, como guerrero del clan y como leal al chanyu. Renunció pues a sus labores de mujer, entre ellas tener hijos. Así era la ley de los nómadas. Con pesar devolvió el regalo, manifestando así que su responsabilidad se mantenía hasta que otro jefe la sustituyera. Una joven mujer de abultado vientre guardó el amuleto con mucho cuidado entre los pliegues de la falda. Al hacerlo se dio cuenta de que había roto aguas.

El líquido caliente resbalaba por el hielo derritiéndolo dulcemente. Allí donde la capa era más débil se iban abriendo pequeños orificios, que se agrandaban como diminutos ojos que despertaban tras un letargo ya milenario. Natalia apenas controlaba la emoción, que le latía en las sienes como una manada de caballos.

El claqueteo de cascos se fue perdiendo entre las dunas. La horda hiun-yu había sufrido una irreverente derrota y su docena de supervivientes se alejaba al galope. Buscaban caballos y a veces mujeres; eran salvajes y crueles; despreciaban a pastores y sedentarios; no respetaban ninguna ley, excepto la suya. Venían del este, atacaban por la noche y se marchaban cuando los tonos encarnados del amanecer se confundían con la sangre de sus víctimas. Pero esta vez habían tendido una emboscada a la avanzadilla de exploradores pazyryk en el paso de Gorno-t’chien, el desfiladero que cruzaba la estepa seca a los pies del Altay. El choque fue brutal. Cuando llegó el grueso de la caravana encontraron la cañada salpicada de cadáveres y regueros de sangre. Apenas media docena de guerreros pudieron ser rescatados de entre los muertos.



Como un espíritu una figura se irguió tras unos caballos agonizantes. Era la chanyu. Estaba empapada en sangre oscura, mezcla de la que manaba por sus abundantes rasguños y la de sus enemigos. Levantó un brazo y mostró a su pueblo la cabeza del jefe del grupo agresor: “El paso es seguro” murmuró mientras se desvanecía en los brazos sus hombres. Del costado salía el mástil quebrado de una lanza corta.

Despertó envuelta en su manta de marmota; estaba en su yurta, acompañada por varias mujeres que entonaban salmos curativos mientras limpiaban sus heridas. Preguntó dónde habían acampado. Una mujer joven, con los pechos aún rezumantes tras el amamantamiento de su pequeña, le contó entusiasmada cómo tras el enfrentamiento con los hiun-yu habían atravesado las montañas y llegado a Ukok. Allí, en su amada tierra, les esperaban infinitas praderas rebosantes de flores y de vida. Todas las tribus permanecían junto a la chanyu en espera de su recuperación. Prepararían una hermosa fiesta en su honor y luego partirían hacia sus territorios.

La joven interrumpió su relato. La chanyu hacía esfuerzos por levantarse. Un pinchazo en el costado le hizo fijarse en un aparatoso emplasto de musgo y barro. Se puso en pie y salió de la tienda. Los pazyryk enmudecieron al verla. Todos sabían que su herida era mortal. En verdad debía ser hija de Tängri, pues sólo del Cielo podía llegarle esa fuerza sobrehumana que demostraba. Los guerreros comenzaron a golpear sus lanzas contra el suelo al grito de "¡Yabghu!". El pueblo entero se unió a ellos coreando el título de su soberana. Ésta montó en Tch’eng-li Ku-t’u, malherido como ella en el combate. Jinete y montura conocían su destino próximo.

Se alejaron al galope por la llanura eterna profiriendo gritos de júbilo, y sintiendo las afiladas caricias del viento en su rostro. Subieron a una colina de suave contorno y llenaron sus ojos, por última vez, con el verde lujurioso de la estepa silvestre. Mirando a Tängri pensaron en las praderas del cielo, más allá de las nubes. Juntos seguirían allí su carrera. Desde el campamento los pazyryk vieron desplomarse la centáurica figura.

El enterramiento fue el más glorioso dedicado jamás a un chanyu. Excavaron la cámara en la misma colina y trajeron un tronco de alerce desde el mismo Altay, porque no había árbol más sagrado para alguien más divino.



El cadáver reposaba intacto en el interior del sarcófago. Natalia contemplaba absorta la imagen ante sus ojos. Era una mujer. Aún podían verse los largos cabellos bajo un tocado de madera recubierto de pan de oro. Estaba envuelta en una manta de piel de marmota, y la habían acostado de lado, como un niño dormido. Vestía una larga falda de lana y una túnica de seda que dejaba ver un brazalete de plata en su tatuado brazo. Debía de haber sido también hechicera pues llevaba escritos en su cuerpo los signos místicos que la comunicarían con los espíritus sagrados. Había muerto hacía dos mil quinientos años, pero su piel y los símbolos aún se conservaban, momificados en el hielo. Natalia tomó con ternura la mano esbelta y algo se deslizó entre sus dedos.

El amuleto que tan celosamente había guardado entre los pliegues de su falda era ya de la chanyu. Ahora engendraría hijos en la otra vida. La mujer joven, con su hija en brazos, se reunió con los de su clan. Cerraron con clavos de bronce el ataúd y colocaron junto a él a Tch’eng-li Ku-t’u, sin arreos ni manta, tal como ella lo montaba. Ambos reposarían sobre la alfombra de fieltro rojo que les conduciría al reino de Tängri. Apilaron mantas, lanzas, escudos y demás objetos que la chanyu había utilizado y que continuaría necesitando. Sellaron la cámara y encendieron hogueras con el fuego sagrado. Acompañarían con sus cantos la ascensión del alma de su yabghu a las praderas celestiales.

El viento traía los graznidos de una bandada de ánsares en forma de flecha apuntando al sur. En su mano el pájaro-grifo la observaba con su pico abierto de par en par. Natalia escuchó su mudo mensaje, el que le enviaba aquella mujer, favorita de Tängri. Ella no había tenido tiempo de trazar su propio camino, separando sus pasos de las huellas de su padre; de conocer el amor de un hombre y de unos hijos que anhelaba en lo más profundo de su corazón. Aquel grito del pasado alertaba a Natalia sobre su futuro. Miró a Ilia, que inventariaba los objetos encontrados, y pensó que aún tenía una oportunidad. Se preguntó si querría aprovecharla. El antropológo le sonrió tras el bolígrafo que apoyaba en sus labios. Notó los helados dedos de la chanyu entrelazarse con los suyos y apretar el amuleto en su mano. La respuesta apareció clara, igual que el sol asoma entre las nubes después de la tormenta.



El viento perenne arrastraba el aroma ácido del pasto en violentas olas glaucas. Las vastas praderas alimentaban los rebaños, que renovaban sus miembros cada verano, cuando las reses más viejas dejaban su espacio a nuevas cabezas que asomaban entre la hierba. Así venía ocurriendo desde los tiempos más remotos en la llanura de Ukok.





Ice & Dance

Homenaje a la Dama de Hielo

Hace casi diez años ví un documental en el que narraban el descubrimiento del kurgan bajo el que reposaba la hoy llamada "Dama de Hielo de Siberia".  Fue un gran descubrimiento, comparable al de la tumba de Tutankhamon, ya que el túmulo estaba intacto (también los kurgan de las estepas sufren la plaga de saqueadores de tumbas).  Fue una arqueóloga, Natalia Polomask, quien exploró la llanura de Ukok en busca de restos de los "pazyryk".  Y los encontró.  Y lo más asombroso, encontró que la extraordinaria tumba pertenecía a una mujer.

Fue la primera vez que vi las montañas Altay, las llanuras desoladas, el lugar sagrado para el pueblo pazyryk... y también se convirtió en sagrado para mí.

Todos los nombres de personajes del relato son ficticios, aunque es evidente homenaje a los verdaderos protagonistas de la Historia.  Partiendo de las notas que tomé durante la emisión del documental (no tenía internet entonces) y de tardes consultando libros de etnografía, de historia, de etnología, de lingüística... encontré algunos retazos de la sociedad, la mitología, la lengua y las costumbres de los pazyryk.

Enamorada de sus estepas, de sus vientos y de su espíritu inhóspito, quise escribir este cuento: Chanyu.

Summer moved on



Las estaciones no pueden durar...


Stay, don't just walk away
And leave me another day
A day just like today
With nobody else around

El ciclo de la vida

No esperaba encontrar esta maravilla, una de mis canciones favoritas, una de mis películas favoritas, y alguien se ha molestado en reunir varias lenguas para hacer partícipe a todo el mundo de lo mejor que tiene este planeta.

Los ojos llenos


Mis ojos se llenan, se colman, rebosan cuando miro las desoladas estepas: asoladas por el viento helado, desgastadas por el sudor del día, 
agostadas por la gélida noche.
Me quiero perder, libre y sola, hasta agotar mis fuerzas y gastarme al sol.

Para derretir un iceberg

No me canso de ver a Pasha y Evgeny, los mejores.



Pero también en el Olimpo están Marina Anissina y Gwendal Peizerat.

Milagros en el hielo

Una de mis intepretaciones favoritas es la de María Butyrskaya en su programa largo del Mundial 99.

Otra es ésta: Pasha Grishuk y Evgeny Platov en Nagano 98...

Love Song (Kiswahili)

Si queréis os la traduzco, pero el amor se entiende en todos los idiomas :)



Usiku wa leo uwe wangu
Laza kichwa kwenye mto wangu
Cheza usiku wa mbalamwezi
Pomzika

Mambo yote sawa
Mambo yote sawa

Nipende usiku wa leo
Nikumbatie usiniache oooh
Ficha vidole nyweleni mwangu
Hakuna matata

Mambo yote shwari
Mambo yote shwari

Ya kesho usijali
Hakuna ajuaye yajayo
Tuishi kwa siku hii
Hisia za milele
Hakuna Matata

Mambo yote shwari
Mambo yote shwari

Kamigami No Uta (Himekami)

Uno de mis músicos favoritos... Qué maravillosa Naturaleza sobre la Tierra...

A pale blue dot (Sagan's words)

That's here. That's home. That's us. On it everyone you love, everyone you know, everyone you ever heard of, every human being who ever was, lived out their lives.

The aggregate of our joy and suffering, thousands of confident religions, ideologies, and economic doctrines, every hunter and forager, every hero and coward, every creator and destroyer of civilization, every king and peasant, every young couple in love, every mother and father, hopeful child, inventor and explorer, every teacher of morals, every corrupt politician, every "superstar," every "supreme leader," every saint and sinner in the history of our species lived there - on a mote of dust suspended in a sunbeam.

The Earth is a very small stage in a vast cosmic arena. Think of the rivers of blood spilled by all those generals and emperors, so that, in glory and triumph, they could become the momentary masters of a fraction of a dot.

Think of the endless cruelties visited by the inhabitants of one corner of this pixel on the scarcely distinguishable inhabitants of some other corner, how frequent their misunderstandings, how eager they are to kill one another, how fervent their hatreds.

Our posturings, our imagined self-importance, the delusion that we have some privileged position in the Universe, are challenged by this point of pale light.

Our planet is a lonely speck in the great enveloping cosmic dark. In our obscurity, in all this vastness, there is no hint that help will come from elsewhere to save us from ourselves.

The Earth is the only world known so far to harbor life. There is nowhere else, at least in the near future, to which our species could migrate. Visit, yes. Settle, not yet. Like it or not, for the moment the Earth is where we make our stand.

It has been said that Astronomy is a humbling and character building experience. There is perhaps no better demonstration of the folly of human conceits than this distant image of our tiny world. To me, it underscores our responsibility to deal more kindly with one another, and to preserve and cherish the pale blue dot, the only home we've ever known.

Para aquellos que no dominan el idioma de Carl Sagan:

Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso es nosotros. En él (se refiere al punto azul pálido -pale blue dot-), cada uno que ama, cada uno que conoces, cada uno del que has oído hablar, cada ser humano que una vez fue, que vivieron sus vidas.

El conjunto de nuestras alegrías y sufrimientos, miles de seguras religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador e incursor, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada mendigo, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño lleno de esperanza, inventor y explorador, cada profesor de ética, cada político corrupto, cada "superestrella", cada líder supremo, cada santo y cada pecador en la historia de nuestras especies vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un escenario muy pequeño en el vasto estadio cósmico. Piensa en los ríos de sangre vertidos por todos aquellos generales y emperadores que, para su gloria y triunfo, pudieran convertirse en los dueños momentáneos de una fracción de punto.

Piensa en las interminables crueldades provocadas por los habitantes de una esquina de este pixel sobre los apenas distinguibles habitantes de los otros rincones, cuán frecuentes sus malos entendidos, cuán codiciosos como para matarse unos a otros, cuán fervientes sus odios.

Nuestros gestos, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el universo, se cuestionan en este punto de pálida luz.

Nuestro planeta es el único mundo que conocemos, hasta ahora, capaz de albergar vida. No hay otro sitio, al menos en un futuro cercano, al que nuestra especia pueda emigrar. Visitar sí. Establecerse, todavía no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos nuestro hogar.

Se dice que la Astronomía es una experiencia de humildad y de formación del carácter. Quizá no haya mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta imagen lejana de nuestro diminuto mundo. Para mi, ella subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y cuidar el pálido punto azul, el único hogar que hemos conocido.

A pale blue dot

Mondo Bongo

Me encanta esta canción... no puedo evitarlo

I was patrolling a Pachinko
Nude noodle model parlor in the Nefarious zone
Hanging out with insects under ducting
The C.I.A was on the phone
Well, such is life

Latino caribo, mondo bongo
The flower looks good in your hair
Latino caribo, mondo bongo
Nobody said it was fair, oh

Latino caribo, mondo bongo
The flower looks good in your hair
Latino caribo, mondo bongo
Nobody said it was fair

Latino caribo, mondo bongo
The flower looks good in your hair
Latino caribo, mondo bongo
Nobody said it was fair

For the Zapatistas I'll rob my sisters
Of all the curtain and lace

Down at the bauxite mine
You get your own uniform
Have lunchtimes off
Take a monorail to your home

Checkmate, baby
God bless us and our home
Where ever we roam
Now take us home, flaquito

Latino caribo, mondo bongo
The flower looks good in your hair
Latino caribo, mondo bongo
Nobody said it was fair
Latino caribo, mondo bongo
The flower looks good in your hair
Latino caribo, mondo bongo
Nobody said it was fair

Crónicas Venezolanas VIII (y final)

DÍA 15 (lunes):

Ahí está el Santa Rita esperándonos. Nos llevamos también a un grupo de snorkels (holandeses, los insufribles y marranos italianos, y el asturianu empatado con la venezolana).

Desde primera hora estamos de prácticas: ascensos, descensos, cambios de regulador, situaciones de emergencia… Esto es divertido, pero yo quiero ver a mis peces.
Comemos (e Ismael, que ha pescado un tiburón pequeño, me deja cogerlo para que note cómo su piel es áspera y antideslizante).
Toca la prueba de la máscara y el fin pivot (que supero como una campeona y ante el asombro de Guillermo y D., porque en la piscina fui un fracaso), y mejor aún, la prueba del "aaaaaaaaaaaaa" y el descenso a 18 m (que fueron 19.3 m).

Aquel fue un momento adrenalina total, pero no el soltar el regulador y subir diciendo "aaaaaaaaaaaa" desde el fondo… sino cuando me dejaron sola abajo, arrodillada en el fondo arenoso, en mitad del azul… ni un pez a la vista, y en mi cabeza repiqueteando los compases de "Tiburón"… me pasé un rato girando sobre mí misma, imaginando el morro de un gigantesco jaquetón brotando del azul y escuchando el bum-bum acelerado de mi corazón, para luego sentir lo mismo que en el Hacha… aspiré hondo, escuchando el aire saliendo de la bombona directa a mis pulmones, y después esa sensación de estar totalmente sola, en paz, envuelta en una placidez turquesa. Cuando Guillermo y D. bajaron, me encontraron haciendo prácticas de buceo boca arriba y dando volteretas, jajajajajajajajajaja…



Guillermo nos hizo subir a unos 15 m y nos enseñó a buscar ostras y abrirlas para atraer a todos los peces de la comarca. Dos peces loro me rozaron la cara… qué miedo… pueden arrancarte un dedo de un mordisco. Después de recoger los bártulos, pedí un snorkel y aún estuve a remojo otro rato largo, con los peces mordisqueándome la tripa, como en Thailandia.

He llegado reventada, apenas he cenado y voy a caer como un chicharrito. No voy ni a terminar el capítulo del libro.

DÍA 16 (martes):

Por la mañana nos vamos de compras. Mañana es el último día y hoy hay que hacer las maletas. La desgana es total, ahora que hemos descubierto el buceo, no nos queremos ir.


Por la tarde terminamos la teoría, hacemos el examen y Guillermo nos aprueba como Open Waters.
Dice que no ha visto dos alumnos con tal predisposición al buceo y que si seguro que no lo habíamos hecho antes. Ojalá... Y ahora que he estado en los techos de África, y en otras cumbres del mundo, sé que exploraré también sus fondos. Qué duro es hacer la maleta. Por una parte siempre es grato volver a casa, pero por otra… son las únicas vacaciones del año y Venezuela está siendo un país tan inesperado y maravilloso y quedan tantos lugares por recorrer… el Pico Bolívar, el Roraima y Cerro Autana, los Llanos… más días de buceo en los Roques o los Frailes…

No sé si no tendremos problemas en la aduana para pasar las pirañas y sobre todo las botellas de ron… todo a presión en mi maleta. Y la cerbatana que compramos a los pemones es como un bastón… no cabe en ninguna parte. Las figuritas, los regalos, las postales… y un montón de horas de regreso…

DÍA 17 (miércoles):

Odio este día. Ahora que ya estoy en casa y lo recuerdo con detenimiento… es como si estos odiosos días de vuelta duraran más que los de vacaciones.

Nos fuimos a dar el último paseo al Sambil, por si olvidamos comprar algo. Comimos y estuvimos haciendo tiempo hasta la hora de ir al aeropuerto. ¡Sorpresa! Nuestro vuelo a Caracas no nos da el margen de 3 horas que requiere el aeropuerto de Maiquetía para los trayectos internacionales.

Afortunadamente nos cambian el vuelo por uno anterior y llegamos por los pelos dentro de la facturación para Madrid. Igual que en la ida, ahora a la vuelta, un grupo de unas 20 personas se quedan fuera del avión y tendrán que volar mañana. A todo el pasaje nos registran y escanean antes de subir al avión. Pero nadie nos dice nada de la cerbatana, salvo que viaja en la cabina de la tripulación (?).

El vuelo se me hace más corto de lo esperado porque consigo dormir. Es en Madrid cuando las horas de espera se hacen interminables hasta enlazar con el vuelo a Bilbao. Llegamos agotados y sin la cerbatana, que no ha pasado el control policial antes del embarque, tenemos que facturarla y, oh, sorpresa, no viene en nuestro avión… se queda a dormir en Madrid. Me huele que habrá una reclamación a Spanair…

17 de agosto de 2005.

Crónicas Venezolanas VII

DÍA 11 (jueves):

Gestionamos volver a Canaima pero es en vano. Tenemos por delante casi una semana, así que decidimos ir a fichar qué vamos a comprar el último día. Nos vamos Porlamar, al centro comercial Sambil, que dicen que es la pera… y a nosotros nos parece que no han visto el Megapark… También nos recorremos la zona de Santiago Mariño. El calor y mirar escaparates y, sobre todo, calcular cuántas botellas de ron nos vamos a llevar, cansa. Pasamos la tarde al fresquito de la habitación, yo terminando de leer "El origen perdido" de Matilde Asensi, y D. despiporrándose con las cadenas de televisión nacionales y Hugo Chávez… Por la noche, nos juntamos las tres parejas (los 3 D.es) que hemos estado juntas en Arekuna y hemos coincidido en la zona norte de la isla y nos vamos a cenar. D. y Chus terminan su luna de miel y D. y Elena también regresan a España. Nos ponemos ciegos a langosta en un restaurante que regenta un italiano, La Isla. Y luego unas copas en un putiferio de la playa (como todos) llamado Woody.

DÍA 12 (viernes):

Día de descanso: comer, leer y dormir. Nos tomamos el último ron al mediodía con D. y Chus, la pareja de Vic, y por la tarde gestionamos irnos a bucear al día siguiente. Hoy nos concedemos un día total de perreo, paseando un poco, jugando alguna partida de ajedrez y esperando que llegue la hora de la cena para meternos otro par de langostas en La Isla.

DÍA 13 (sábado):

Hoy ha sido uno de los días más emocionantes y en el que he descubierto lo que me faltaba para sentir que estoy llegando a la plenitud.

Nos hemos ido a bucear a Los Frailes en el Santa Rita con nuestros instructores, Guillermo y Daniel, el capitán Ismael, Pedro el cocinero, Manolo el ayudante y el pequeño grumete sin nombre. La zona de buceo por la mañana era La Pecha. Era la primera vez que me ponía un traje de neopreno para bucear (sí para hacer descenso de cañones en Potes jejejeje) y una bombona… y fui capaz de bajar a 12 m… ¡¡qué flipe!!. Vimos una barracuda, peces cofre, peces payaso, cirujanos, una langosta, morenas, peces a millares que venían como las palomas a comer cuando abríamos las ostras… algas, anémonas, corales…



Hacemos una pausa para comer con las dos buceadoras alemanas que van con Daniel, y nos vamos a Payape, a por la segunda inmersión, a 14 m. La corriente nos arrastra, es como ir volando, y toda esa vida rodeándome… si no es por Guillermo que me coge de las aletas o de la mano… me iría tras cada pez que se me cruza, metería la cabeza por todas las oquedades buscando más animales… soy tan feliz, no puedo dejar de sonreír y a veces me ciegan mis propias burbujas cuando grito de la emoción de tocar a las morenas o cuando se me acerca un precioso pez payaso y me mordisquea los pelos que se me escapan de la coleta…

De vuelta y animados por Guillermo y muy estimulados por su buen carácter y afabilidad decidimos hacer el curso super-intensivo de Open Water Diver.

Ya en el hotel nos encontramos con Ignacio, que conocimos en Arekuna y acaba de llegar de allí, y nos lo llevamos a cenar… sí, otra vez langosta.

DÍA 14 (domingo):

Hoy ha sido un día tranquilo.



Hemos pasado la mañana en la playa con Ignacio, con un bañito y, sobre todo, en una terraza tomando cervezas y piñas coladas mientras veíamos a los "musculitos" trepar a las palmeras para bajar cocos. Comemos en el buffet y nos vienen a recoger para ir a clase. Tenemos 3 horas largas de teórica y después nos vamos a la piscina de Omar, el argentino, a hacer prácticas de emergencias con el respirador y las gafas.

Al regresar, Ignacio ya nos está esperando para ir a la Isla… y es que no importa que nos suba el ácido úrico hasta las cejas… no podemos dejar pasar la oportunidad de atiborrarnos de langosta, que luego a saber cuándo nos llegará el bolsillo para estos homenajes. Luego unas copas para bajar el atracón marino y a descansar, que mañana las prácticas son en el mar, volvemos a los Frailes y yo estoy emocionada.


Crónicas Venezolanas VI

DÍA 10 (miércoles):

Otro maravilloso despertar entre los graznidos de todos los guacamayos de la región, acompañados de monos aulladores y los ronquidos de Boris, que dormía en la cabaña contigua. En el embarcadero, Tomás, con la naturalidad de quien retira las tazas del desayuno, nos mostraba en la mano una víbora terciopelo descabezada y retorciéndose antes de perder el calor robado al sol. Una víbora terciopelo puede matar a un hombre en 4 horas si no se aplica el antídoto. Nada mejor que un episodio así para empezar el día con muchas ganas…

Esta vez remontamos el Caroní hasta su encuentro con el Antabares, uno de sus múltiples afluentes, y que a su vez nos condujo hasta los rápidos del Misu. En un árbol descansaba una enorme iguana, y una especie de garza se acicalaba en una piedra, en un recodo del río. No es fácil ver animales desde el río. La espesura se traga todo, hasta la vida. Tienes que penetrar en ella para escucharla, dejarte engullir por la oscuridad entre la vegetación y muchas veces sólo oirás el latido frenético de tu propio corazón.

Terminó el suave deslizar sobre las aguas de coca-cola y con ello las intensas horas en aquel rincón perdido del Infierno Verde. En la misma avioneta que nos recogía para llevarnos a Canaima, llegaron Julio y Raquel, ya familiarizados con los mosquitos tras los días de pesca de pirañas en el Orinoco. Pusimos rumbo a Canaima, hacia la laguna en la que descargan toda su furia los saltos de Ucaima, la Golondrina, Guadaima y… el Hacha.



En el salto del Hacha fue donde se rodó la escena de "El último mohicano"… claro que fue en la estación seca. Nosotros tuvimos la "suerte" de haber llegado tras varios días de tormentas, con lo que el caudal que vomitaban las cascadas era ostensiblemente superior al esperado por Boris. El sonido era atronador. Pero Boris sacó el Indiana Jones y el indio pemón que lleva dentro (amén de varios personajes más en sus ciento y pico kilos) y nos animó a entrar bajo la catarata. Primero pasó él con las cámaras de fotos dentro de una bolsa de plástico. Y entre él y los 3 D.es, nos fueron pasando a las chicas.

De la ida recuerdo poner el pie dentro del agua, sobre la piedra resbaladiza, y sentir una fuerza de empuje en el tobillo que me llenó de espanto. En el instante siguiente, todo mi cuerpo fue engullido por la cortina de agua y toda yo era agua por dentro y por fuera. No podía abrir los ojos… no podía oír nada… sólo sentía que me golpeaban por todas las partes, me zarandeaban y me empujaban hacia el vacío. Yo estaba agarrada a una piedra y ni siquiera podía abrir la boca para pedir ayuda. Por un momento el pánico a ser arrastrada no me dejaba moverme; sin embargo, al mismo tiempo, una parte de mí se sentía plácidamente sola, aislada en esa corriente de agua… sorda, muda, ciega y sola… un estímulo irresistible como para dejar que el miedo lo corrompa. Empecé a arrastrarme, sin soltar más de dos extremidades a la vez y fui avanzando a ciegas en lo que yo creía que era línea recta. No pasó más de un minuto, pero parecieron horas… hasta que una mano negra surgió delante de mi cara, me cogió de la cabeza, luego yo me agarré a ella y salí al otro lado.



Tras de mí, la familia Hilton. Ante nosotros, el paso bajo el salto, un corredor resbaladizo y lleno de plantas y con poca luz, la que podía pasar a través de la cascada. El patriarca Hilton se cortó el dedo del pie con una piedra. Fue un corte profundo y tuvimos que precipitar nuestro regreso a la laguna en busca de un puesto de socorro.



Finalmente fue en el del destacamento militar de zona donde le dieron varios puntos, internos y externos. Esos momentos fueron los que aprovechamos para ponernos ropa seca. Claro que el vestuario fue debajo de la avioneta, en la pista de aterrizaje, mientras esperábamos el turno para despegar rumbo al Cañón del Diablo. Y ahí estábamos, comiendo unas galletas Oreo, esperando que llegara Mr Hilton con el dedo gordo vendado, y pidiendo a Canaimö, el demonio custodio del Cañón, que apartara la niebla para poder ver el Salto del Ángel.

Bien valió el sacrificio de sangre, porque a unos minutos por aire ya divisábamos el Auyantepuy, la Montaña del Infierno… y ahí, espectacular, a todo color, entre neblinas grises… vimos el increíble, espectacular Kerecupai Meru





Nos adentramos en el Cañón para dar la vuelta y poder verlo otra vez antes de salir hacia Porlamar, sobrevolando el mundo perdido, el Infierno Verde. Hasta donde alcanzaba la vista, sólo podíamos ver tepuyes, cascadas y una alfombra verde, interrumpida por serpenteantes ríos. Toda esa agua es la que alimenta el Gurí. De nuevo el pinar interminable, varios pozos petrolíferos, un horizonte surcado de tormentas y un arco iris…
Atrás queda la selva, atrás la salvaje soledad y el silencio lleno de ruidos…



Llegamos a Isla Margarita y a Playa del Agua. Todo es tan… turístico. Los hoteles, cárceles con todo incluido: espectáculo, buffet y barra libre. Estamos cansados y decidimos quedarnos en régimen interno para la cena. Nada más sentarnos en una mesa y ver circular al personal nos queremos ir de allí otra vez a la paz de la jungla. Espera… ¿qué tengo a los pies, mientras me tomo una piña colada en la terraza de la piscina? Un guacamayo rojo, viejo y medio desplumado… Cómo echo ya de menos los que venían a dormirse al árbol junto a nuestra cabaña…