El Picu

También en agosto, un año y una semana más tarde, tras diez días en los Alpes sin poder coronar el Monte Rosa ni Mont Blanc debido al mal tiempo, D. y yo no soportamos la frustración y de vuelta a España decidimos subir el Naranjo de Bulnes.

Mi currículum en la escalada se limitaba a una vía ferrata en Riglos, un rápel de 6 m en la Peña Carria y un par de vías de +III en las Gaillands, en Chamonix, de unos 10 m, no más.

Creo que los dioses de las montañas protegen la inocencia, sobre todo la mía. Cuando llegamos un jueves al mediodía al refugio del Urriellu, la impresionante pared oeste del Picu lucía en todo su esplendor a la luz de la tarde.

 

Para mí el Picu, como para tantos montañeros y escaladores de todo el mundo, es una montaña mítica. Es el alma de los Picos de Europa, aunque no sea la más alta (ese honor le corresponde a la Torre de Cerredo). Pero una vez que has visto el Urriellu, lo buscarás entre todas las demás, entre las nieblas y las nubes bajas, entre la nieve de la ventisca, entre el sudor que te nubla los ojos, allende el sol cegador sobre las calizas, desde el Andara o desde el Cornión.

 

Si me dicen, la primera vez que llegué a sus pies, que un día lloraría sobre su cabeza, habría estallado en carcajadas y tachado de loco a quien tuviera esas ocurrencias descabelladas.

Y un 27 de agosto amaneció el día perfecto.

 

El Picu mostró por qué le llaman "Naranjo", y derramó su hechizo como el sol sus rayos sobre él. Y creo que fue él quien me dejó trepar por su espalda, igual que un padre jugando con sus cachorros, porque así de pequeña e inexperta era yo ascendiendo palmo a palmo, aferrándome a su piel de piedra.

 

No voy a detallar la vía, porque la técnica es la misma para todas las ascensiones y hay muchos escaladores más expertos que ya han escrito sobre ello. Tampoco voy a describir las sensaciones y emociones de estar pegada a una pared dando la espalda a un vacío de 160 m, o los rápeles de 60 m que hice en calcetines porque no soportaba los pies de gato.

  

Fue uno de los días perfectos, memorables e irrepetibles que he tenido el privilegio de vivir. Se me reveló tanto sobre mí misma que hoy no sería como soy de no ser por aquel día. Fue un día de iluminación, de conocerme rincones inexplorados, de un autodominio casi místico, de disciplinar la mente para gobernar el cuerpo y sentirse ilimitado. Fue un día en que cada segundo duró todo el tiempo perdido. Fue un día de renacimiento. Fue un día de gloria, cuando eres más grande por dentro que por fuera y también de humildad y agradecimiento.

 

Mi Kilimanjaro


Yo coroné el Kili el 16 de agosto de 2003, en una ascensión muy parecida a la que muestra el vídeo, aunque yo ví amanecer antes de llegar a Stella Point.
Nunca olvidaré ni un solo minuto de aquellos días.



Kilimanjaro, la montaña de los dioses