Maravillas cotidianas

De vez en cuando los creativos publicitarios nos dan estas sorpresas tan agradables.

Het Ka Ptah

Tenía pensada una crónica diaria, como la que he ido escribiendo en mi diario de viajes, pero no se puede contar por días lo que se siente por hentis.

Fui por primera vez hace 6 años, aunque antes ya me había recorrido cientos de veces sus cinco mil años de Historia y los rincones más hermosos del don del Nilo. Ya entonces no podía describir mis sentimientos porque no había palabras para expresarlos.

"Ayer – 7 de marzo de 2001 – en la visita del Museo fue como ir a casa de unos amigos y corretear por los pasillos saludándolos uno a uno. Me era todo tan familiar que lo que más me sorprendió fue el tamaño. Algunos eran más grandes de lo que creía (Amenhotep III y Tiyi o el propio Akhenaton) y otros muy pequeños (Djoser… además de pequeño ¡eres mucho más blanco que en las fotografías!). Otros me han sorprendido por lo maravilloso de su trabajo… el sarcófago de Tutankhamon es la joya más hermosa que han visto mis ojos, y el mobiliario de Hetep-heres I, lo más tierno. Las pirámides son demasiado colosales para escribir sobre ellas, y los suelos de alabastro del templo de Khafra deberían ser pisados con respeto… ¡¡cómo odio a los turistas!!".

Así escribía entonces. Nada ha cambiado. No al menos esa parte de mí. Y sigo aborreciendo a los turistas.

Hay turistas y hay viajeros. Yo soy viajera.

Sigo sin saber qué decir debajo de las Pirámides de Giza.



Esta vez, además, he visitado la de Teti (he visto con estos ojitos los Textos de las Pirámides) y la mastaba de Mereruka… Sakkara y el complejo funerario de Djoser… Imhotep, eras un genio… En Dashour aguardan silenciosas y solitarias las "hijas pétras" de Snofru.



Mi corazón llora de emoción al contemplarlas, sus siluetas recortándose en la distancia.



Pertenezco a la aridez del desierto, la Tierra Roja y la soledad del viento sobre la arena.

 

Yo soy viajera.

Enmudezco bajo Meritsegen, "la bienamada que guarda el silencio" y no quebranto la paz del Valle de los Reyes.

 

Callo, para poder sentir cómo se oye, se huele y se saborea. Miro alrededor para ver más de 3000 años inalterados. Y siento los espíritus eternos de aquellos artesanos que con su genio dieron vida a las pinturas de las tumbas, y con ellas a todos los faraones que duermen en la Gran Pradera. He visto 1000 veces 1000 fotos de Biban el-Muluk, pero no muestran la eternidad de sus laderas peladas, el calor sofocante o el azul infinito del cielo. ¿Y las tumbas? Ahora imagino perfectamente a Paneb, a Nefer o a Ched, cavando y decorando las moradas eternas de Ramsés VI, Amenhotep II o Tutmés III. Hablamos de Picasso, Goya o Velázquez como pintores magistrales. ¡Ah, qué grandísima pena que los nombres de los moradores de Set Maat, el Lugar de Verdad (Deir el-Medina) sean menos rimbombantes que los de los reyes a quienes servían!

Yo soy viajera.

Y cada vez que rozo la arenisca inmortal de los templos, cada vez que aspiro el aroma dulzón del río, cuando mis ojos se llenan de la luz de la tierra eterna… es la primera.



 

 

Es entonces cuando vuelvo a ella. Ella que me sonríe en djeser-djeseru, el más esplendoroso de los lugares. El lugar donde es de día y de noche a la vez, el lugar de reposo. Es como llegar a casa. Aquel recoveco petrificado huele a mirra y a incienso del Punt. La luz, como el Nilo, lo inunda todo y lo colma de resplandores que no son de este mundo. Sólo piedra y cielo, pero ¡ah! ¡qué cielo! ¡y qué piedra! Ninguna tan sagrada y hermosa, hecha rampas y columnas, colosos osirianos y capiteles hathóricos. Ningun color tan vivo como en la capilla de Anubis. Y sólo una palabra suficientemente grande para dar cabida a tanta magnificencia: Eternidad.

 

Volveré a ti tantas veces como se me permita en la exigüidad de mi vida, y en todas será como nacer; así es entre tus muros, bajo los riscos que te cortejan y a los que te niegas y das la espalda, coqueta, sabedora de tu incomparable belleza. Aunque busque dentro y fuera de mí el lugar de mi descanso, no hallaré reposo salvo en tu abrazo de piedra. Espérame siempre.

 

Abu Simbel, la montaña pura, donde se sienten los cuatro elementos desde la creación del mundo. El aire salvaje que nace del agua del Nilo y barre la tierra desértica de Nubia bajo el fuego abrasador del sol. Y caminando por siempre sobre las aguas, el viento y la tierra… aquella por quien el sol brilla.

 

Yo soy viajera, de día y de noche, y el Nilo es mi camino.



 

Terenci Moix, con quien tuve el placer de compartir un café en el Marriot, decía en "No digas que fue un sueño" (su mejor libro, para mi gusto):

"Transcurre el Nilo, pero nunca acaba de pasar totalmente. En cambio el hombre pasa. Y también lo hacen los dioses. ¿Quién creó a quién? Nada importa la respuesta. Sólo el pasar existe. Pasaron hombres y dioses, mientras el Nilo se limitaba a transcurrir. Y no sé qué fuerza superior al Nilo tiene poder suficiente para disponer de tantos contrasentidos…".



 

Aguas del Nilo, tan azules aquí en Aswan como si el cielo se hubiera caído dentro. Una playa hecha de desierto y un baño. A merced del río sagrado y su corriente, sintiendo su penetrante abrazo y cómo no se sabe bien quién es parte de quién.

Quiero morir aquí, con los ojos llenos del Nilo y toda la luz que brota del agua y de la tierra.

 

Yo soy viajera y no puedo contar este viaje en días, pues no hay Tiempo ni Espacio en el alma. Y volver a Egipto es un reencuentro a cada instante con lo más arcano y prístino de todos mis yo interiores y anteriores y de aquellos que serán. Es uno de los nexos entre todas mis dispersiones.

 

La tierra negra, la tierra amada. La luz y la sombra.

 

La vida y la muerte. Lo más grande,

 

y lo más pequeño.

 

¡Abrid los ojos y contemplad Egipto, pues ni siquiera en la otra vida habrá un lugar más bello!