Crónicas Jordaneiras (VII)

29 de noviembre: Ammán-Madrid

Último día en Jordania, aunque será largo porque nuestro vuelo es a la una de la madrugada.

Por eso nos levantamos tarde, sin prisa, y salimos con A. y F., que no se defienden muy bien en inglés, para irnos al Balad, el centro de la ciudad, para pasar un día fundamentalmente de compras (nos recorremos todas las tiendas de chilabas y baratijas que nos encontramos) y terminar de ver las últimas ruinas que ofrece Ammán.

Mientras S. y yo nos vamos a ver el Teatro Romano, 

A. y F. encuentran un sujeto que les vende billetes fuera de curso legal, y así también nosotros nos venimos con uno de Hussein y otro de Jomeini, para alborozo de nuestros conocidos cuando volvamos a casa y se los enseñemos.

Como el día está gris y nuboso y no tardará mucho en anochecer, decidimos subir al Templo de Hércules 

y al Museo Arqueológico (donde vimos los Manuscritos del Mar Muerto)

y sacar las últimas panorámicas de la ciudad

 antes de buscar un lugar para comer, por 3 dinares cada uno, y ponernos hasta las cejas.  Ya de noche, cogemos al taxista loco para regresar al hotel y esperar, tomando té, y en compañía de J. y B. que vinieran a recogernos.  En el aeropuerto, la larga espera y el retorno a casa (me lo he pasado durmiendo casi en su totalidad).  A las 9 de la mañana del domingo, estamos desayunando en casa, con nuestros 4 niños, en completa armonía.

Crónicas Jordaneiras (VI)

28 de noviembre 2008 - Petra-Wadi Rum-Aqaba-Ammán

El día amanece sorprendentemente nublado.  Damos gracias a Dushara (la principal divinidad nabatea) por la espectacular víspera y pensamos en lo desconsolados que se van a sentir los turistas de hoy, cuando no puedan disfrutar los visos del Tesoro, del gres dorado y rojo a lo largo del Siq, o de las panorámicas infinitas sobre el valle de Arabah en la cima del Deir.

Poco a poco las nubes se van quebrando y el sol se abre paso entre ellas para iluminar los colores del desierto.  La mayor parte de la travesía por el Camino de los Reyes hasta enlazar con la Carretera del Desierto transcurre bajo este cielo claronuboso

que se refleja en el suelo en millares de formas caprichosas similares a las que nos esperan al llegar a Wadi Rum, el desierto de Lawrence de Arabia, el más bello del mundo.

En verdad es una belleza, con mares de arena roja y lagos de arena dorada e islas de roca que se elevan siendo ellos los verdaderos "castillos del desierto".

Y yo, aquí, me siento como narra el propio T.H. Lawrence en "Los siete pilares de la sabiduría":

"El beduino del desierto, nacido y criado en él, había abrazado con toda su alma esta desnudez excesivamente áspera para los demás, por la razón, sentida aunque no expresada, de que allí se encontraba indudablemente libre."

"En su vida tenía aire y viento, sol y luz, espacios abiertos y un enorme vacío. No había esfuerzo humano, no había fecundidad en la naturaleza; sólo el cielo en lo alto y la tierra inmaculada debajo."

Yo no he nacido beduina del desierto, y sin embargo no necesito más en mi vida que el aire y el viento, sol y luz, y espacios abiertos, y ese cielo azul infinito y limpio sobre mí.

Aquí, junto a los beduinos, en una haima instalada en el cañón donde se encuentran grabadas en una piedra las efigies de Lawrence y de Faysal Ibn Ali, me tomo el té de mi vida.  Nunca antes he disfrutado igual de un té, ni en Marruecos, Túnez o Egipto, ni siquiera en el Sahara o en el Atlas con los bereberes.  No es sólo el sabor o el color, sino todo lo que representa.

Este vaso contiene la esencia de todo lo que amo en la vida.

Ojalá no terminara nunca de recorrer cada grano de arena, de examinar cada roca, cada piedra, cada brizna de hierba que arrastra el viento.  Ojalá me quedara el tiempo suficiente para ver cómo el Tiempo, el viento, el sol y la noche desgastan las montañas hasta que ellas y yo no seamos más que parte de un inmenso mar ocre.

Sin embargo, allá, donde todo termina, se yergue Aqaba y todo huele a mar, todo es luz y azul, todo el brillo... todo se diluye en el atardecer a orillas del Mar Rojo.

Crónicas Jordaneiras (V)

27 de noviembre 2008 - Petra

No llega la hora de comenzar la visita.

Desde la ventana de nuestra habitación podemos ver las piedras tras las cuales se abre el Siq.  También vemos gatos, gatos que seguro que esta noche se hacen nuestros amigos cuando les demos parte de nuestra cena. 

Por fin iniciamos la larga marcha y la más esperada.  El paisaje que nos rodea no tiene nada que ver con anoche.  El sol cae dorando el terreno y esa combinación de ocres contra el azul límpido del cielo me trae recuerdos de djeser-djeseru, el más esplendoroso de los lugares.  Sin embargo, y pese a no estar en Deir el-Bahari, en cada roca aparece un hueco, una talla, una forma que despierta mi asombro en cada paso.  Y es que desde el comienzo jalonan el sendero las tumbas excavadas en la piedra de aquellos espectaculares nabateos.

Atendemos a las explicaciones de Saleh y, de vez en cuando, revivimos algún pensamiento distraído bajo las estrellas y las velas de la noche anterior.  Unos metros más abajo, en todo su esplendor, contemplamos la misteriosa grieta que nos conducirá, otra vez, al mayor y más hermoso de los tesoros.

El paseo por el desfiladero transcurre plagado de anécdotas, de compases de Indiana Jones y la Última Cruzada, de mandíbulas descolgándose en cada recoveco, de momentos de soledad y silencio y una tenue ansiedad que va creciendo en cada paso que avanzamos.  Y no puedo, ni por un segundo, dejar de sonreír, no sólo mi boca, mis ojos... estoy emocionada, estoy cumpliendo otro de mis sueños: Petra.

Saleh prepara el momento estelar, pero yo ya me lo he saltado hace un rato.  No puedo esperar más tiempo a contemplar un dorado rayo petrificado hace dos mil años.

El Khazneh, el Tesoro, surge como el magma por una fisura, incandescente y cegador... es como caminar hacia la luz del sol, hacia una hoguera que el tiempo no puede apagar.  Y ahí está, sobreviviendo a terremotos, tormentas de lluvia y de ignorancia iconoclasta.  Excavado en la roca viva por artistas muertos hace dos milenios para maravilla de los que no podemos dejar de mirarlo.

El Tesoro es una rosa dorada por la mañana, miel cocida, oro al rojo; da calor, da ganas de reír sin permiso de los dioses.  

Pero Petra no es sólo un tesoro... es cientos, tantos como pasos necesites para recorrerla.

Las maravillas aguardan en su nombre, en su esencia, en lo que es: piedra.  Los colores son imposibles, 

la arquitectura todavía más.  

Después de subir mil escalones montaña adentro, el Deir, el Monasterio, es un premio para los valientes y duros, como nosotros ;)

A su alrededor, el terreno se quiebra y se desploma sobre el valle de Araba, aquel que los hebreos cruzaron en su éxodo desde Egipto en busca de la Tierra Prometida.  Hay que recorrer muchos senderos, asomarse a muchos cortados, trepar algunos riscos antes de regresar al centro de Petra.  Nos queda pasear por la ciudad romana, el teatro excavado, el Palacio de la Hija del Faraón, las tumbas reales de nombres exóticos y evocadores: el Palacio, el Corintio, la Seda, la Urna, el Palacio de los Leones Alados...

Con la luz de la tarde, el Tesoro se transforma en una rosa del desierto, en la piel de la montaña, en una tumba silenciosa que invita a dormir en su eterna paz...

.. es hora de internarse por última vez en el Siq, en las tinieblas de la noche que está esperando al otro lado...

... y dar de cenar a los gatos que esperan bajo nuestra ventana.

Crónicas Jordaneiras (IV)

26 de noviembre 2008 - Ammán-Madaba-Monte Nebo-Kerak-Petra

El día se antoja interesante, especialmente porque vamos a dormir en uno de los sueños de mi vida: Petra.  Pero antes de llegar allí, vamos a coger el Camino de los Reyes, una carretera con historia y sobre todo, muchas curvas.

La primera para es en la ciudad agrícola y próspera de Madaba, en una iglesia ortodoxa en la que se conserva el mosaico más grande del mundo.  No se conserva entero, como era de esperar, pero sí una gran parte, prueba de la paciencia de su hacedor.

El mosaico representa Palestina y los lugares santos, todos... es impresionante.  Tras un paseo por la ciudad, emprendimos el ascenso a otro hito mítico-místico-bíblico que yo tenía muchas ganas de ver: el Monte Nebo, el lugar desde el que Moisés contempló la Tierra Prometida que le fue negado pisar por ese dios tan misericordioso que tenían en el Antiguo Testamento.

Después del expolio causado por los peregrinos, que dejaron el monte como si le hubieran caído bombas, los franciscanos se hicieron con los derechos de explotación y conservación del terreno, y gracias a ello se está restaurando la iglesia que hay en la cima y, cómo no, sus preciosos mosaicos.  Pero el momento "cumbre" es asomarse para contemplar la panorámica que vio el propio Moisés.  En días claros se ve hasta Jerusalén, cuyas luces pudimos ver al anochecer en el Mar Muerto, Hebrón, Belén, Jericó y las montañas de Palestina, el hilo plateado del Jordán y el propio Mar Muerto.  También Jacob y sus rebaños pastorearon por la zona, y hubo coñas varias a cuenta de lo que se comieron entonces y lo que han dejado para ramonear ahora.

Aunque no se sabe dónde está la tumba de Moisés, hay por ahí una "rolling stone", una piedra redonda de las que utilizaban para cerrar los sepulcros o los rediles, y no se puede evitar pensar en cualquiera de las pelis de Semana Santa... faltaba por ahí Charlton Heston con las Tablas o Victor Mature luciendo la Túnica Sagrada "en verdad".

De nuevo en ruta, esta vez hacia el Kerak, la fortaleza de Reinaldo de Chatillon y famoso de un tiempo a esta parte por la película de Ridley Scott, que no se vino hasta aquí sino que se quedó por Marruecos.  

El paisaje que se disfruta por el Camino de los Reyes es de los que, personalmente, me llenan el alma.  Montañas peladas al sol, agrietadas y ajadas como la piel de los ancianos.  Hacemos una parada en un mirador sobre el cañón del Arnón, otra etapa bíblica en el peregrinar de Jacob y sus rebaños.  Escalofriante, inhóspito e inmemorial.  ¿Cómo fue cuando las ovejas de Israel lo recorrieron?  No sé si muy distinto, pero a buen seguro emanaba la misma sensación de eternidad que ahora.

Las curvas de la carretera son de pegolete, y, como para olvidar que es Ahmed quien nos tiene que conducir por los barrancos y cortados, Saleh nos prepara arak, que no deja de ser anís aguado, con unos pistachos de Aqaba.  Yo me fundo los pistachos, pero mi arak se lo paso a S., ya que en caso de despeñamiento alguien tiene que estar sereno para testimoniar si hemos sobrevivido :P

Llegamos a Kerak para comer.  Con la tripa llena y sin presencia de ánimo alguna para tomar una fortaleza de tamaña envergadura y a sabiendas de que es casi inexpugnable, nos dedicamos a visitarla tranquilamente, sin muchos saltos ni acrobacias.  Sobre todo porque las barandillas de protección no ofrecen mucha confianza y el glacis es de varias decenas de metros (sabemos que algún dueño cabrón tiraba por él a los insurrectos metidos en cajas para que fueran conscientes de la caída y sufrieran martirio hasta aterrizar, descacharrados, en el foso).

Ya de noche y con el tiempo justo para llegar al espectáculo nocturno, nos ponemos en marcha hacia la ansiada Petra.  Tras descargar al resto del personal en sus hoteles, llegamos al nuestro, que es el último, pero en la puerta de la Rosa del Desierto.  Está oscuro y no se ven más que las siluetas de las montañas recortadas contra el cielo raso y estrellado.  "Petra by night" nos espera.

(No llevamos la cámara por lo que tomo prestadas un par de fotos de otros que sí la llevaron y seguramente no disfrutaron tanto como nosotros de la experiencia).

Se comienza el descenso, en silencio, por un camino ancho y despejado apenas iluminado por las velas del suelo.  La noche sin luna es tan oscura que apenas distinguimos el espacio que nos rodea.  No hace frío, ni corre la brisa, todo está dormido, tan callado.  Cien metros más abajo entramos en el Siq, la misteriosa grieta que conduce al "tesoro".  S. y yo nos detenemos antes de entrar en el desfiladero.  Queremos estar relajados y tranquilos para este viaje.

Nos damos la mano y solos nos adentramos en una senda desconocida, mítica y mística.  No se escuchan nuestros pasos contra la piedra del suelo.  No nos hablamos salvo algunos susurros para maravillarnos ante lo que nos rodea.

Envueltos en una negrura insondable, apenas intuimos las paredes de roca al resplandor de las diminutas llamas que salpican el camino.  Alzamos la vista para contemplar cómo las estrellas parecen salir tras un desgarrón en el manto de oscuridad que nos arropa.  Durante casi un kilómetro no hay nada ni nadie más en el mundo, sólo S. y yo, de la mano, sumidos en nuestros propios pensamientos y reflexiones, en un rincón petrificado de la Historia.

Vamos acercándonos al final del pasillo.  Una música familiar llega sorteando los últimos recovecos de piedra.  Y, de pronto, tan inesperado y chocante como una revelación, se abre una explanada con cientos de velas que danzan al son de una rababah.  Un hombre, en el centro, canta mientras arranca las notas de la cuerda del instrumento beduino.  Más tarde, de entre las columnas doradas del Tesoro, emerge otro solitario músico, un flautista, que, como las olas, se mueve entre los mudos espectadores agitando los corazones con la melodía inmemorial.

S.  alcanza la culminación de su meditación en seiza.  Yo permanezco sentada agarrándome las rodillas, y cerrando los ojos.  Puedo sentir la respiración de los que me rodean, el tenue calor que desprende el suelo, la curiosidad de las estrellas que parpadean a millones de años-luz, la mirada solemne de las piedras talladas hace siglos, la presencia de los espíritus de las tumbas, el asombro de los hombres que llegaron por primera vez, o sólo alguna vez...

Cuando la música termina y con ella, la magia, es hora del regreso.  Rápido, porque ya no es hora de reflexión sino de sensaciones.  Hay que darse prisa, hay que correr, hay que sentir la vida corriendo por las venas, el aire quemando en los pulmones cuesta arriba... mañana volveremos a descubrir Petra, porque nada será igual a la luz de la vela más grande de todas ;)

Crónicas Jordaneiras (III)

25 de noviembre 2008 - Ammán-Qasr Kharranah-Qasr Amra-Mar Muerto-Ammán

Sin madrugar tanto como era de esperar, dada la corta duración de los días y la cantidad de eventos que se esperan para hoy, montamos en el autobús conducido de tan jordana manera por Ahmed.  Ahmed es un conductor de tanta edad como experiencia le suponemos, dada la bravura con la que se incorpora a las vías más concurridas, la velocidad con la que toma curvas de 270º sin que volquemos y las constantes discusiones que mantiene con Saleh a temperatura ambiente.

Tomando la salida sur de Ammán y por la Carretera del Desierto, la única autovía con buen aspecto y financiada por los iraquíes (no bien la utilizaron para llegar a los suministros que entraban por Aqaba cuando les bloquearon la entrada por Basora) nos adentramos en el desierto.  El desierto jordano es un desierto alto, por lo que no es tan extremo como el Sahara y no se caracteriza por las dunas o la arena, sino más bien por una capa de piedras oscuras, que no es otra cosa que lava meteorizada.  En unos millones de años llegará a ser un desierto arenoso, pero de momento, es liso y pedregoso en su mayoría.

Y allí, más o menos en el medio de ninguna parte, se yergue Qars al-Jarranah, un caravanserai bastante bien conservado para tener unos 1300 años.  

Un caravanserai, como se puede intuir del nombre, era un lugar de descanso para las caravanas que cruzaban desde la India hacia Europa y Oriente Medio.  En cualquier caso, manda narices dónde fueron a levantar la "venta"... todavía no sabemos de dónde pudieron traer las piedras.

Eso sí, dentro se está fresquito y el efecto Venturi puede disfrutarse arrimándose a cualquier ventana.

Siguiendo hacia el sur, aparece, también en mitad de una tenue hilera de matojos, Qasr Amra, con su pozo y su "rueda de Conan".

Este lugar no dejaba de ser el picadero de un califa, y prueba de ello es la profusa decoración con frescos de sus paredes y techos, con motivos paganos y pornográficos que tiene aterrados a cuantos teólogos musulmanes han pasado por ahí... ¿de cuándo acá un califa, un ser medio divino, puede permitirse burlar los sagrados preceptos del Islam y no sólo montárselo con el harén sino además "fotografiarse" y hacer "pósters" que lo ensalcen?  Los iconoclastas hicieron una fatigosa labor de destrucción y borrado de los frescos... pero una misión arqueológica española les ha dado por el fresco realizando otra ardua y fatigosa labor de restauración, y ahora podemos admirar las nalgas de las señoras representadas, así como un zodíaco en el techo de lo que era el baño, criaturas mitológicas como faunos y comportamientos humanos de un señor con bigote que fue califa en su día.

Entre risitas maliciosas nos tomamos un té a modo de almuerzo y contemplo las montañas del horizonte, pensando que al otro lado está Arabia, y tan en mitad del desierto como yo (y no tan lejos), están Samir, Pedro, Hamad... mis hawiyahnos ;)

Es hora de bajar, y bajar de verdad porque vamos a hiperoxigenarnos descendiendo a 415 m bajo el nivel del mar.  Seguramente alucinaremos en toda la extensión de la palabra.  Y es cierto que la euforia aumenta a medida que cruzamos de nuevo por tierras de Jacob y sus rebaños.  Además nos acercamos lugares no sólo antiguos bíblicamente, sino también nuevos.  El Jordán y el Mar Muerto están a punto de aparecer detrás de la siguiente montaña.

Desde el autobús vemos el letrero que indica el "Lugar del Bautismo", vemos Jericó envuelto en la perenne calima que nace de la evaporación del mar y las fantasmagóricas presencias de Belén y Hebrón.

Comemos en uno de los 3 hoteles-spa con privilegiado acceso a las bituminosas orillas del Mar Muerto y nos damos un homenaje catando un autóctono vino tinto: Jordan River, famoso por su calidad, según los autóctonos.  No está malo, claro que no, pero ni comparación con un Rioja.  Y es que, por muy Tierra Santa que sea la orilla del Jordán, el Ebro sabe cuidar cepas con mucha mejor calidad y ese vino tinto para mí es más sagrado que la sangre del "Señor Jesucristo" (así lo llama Saleh siempre).  Y, por fin, el momento más esperado: el último Puchiiiiiiiiiiiiiiii!!!

Por 1 dinar (precio universal de casi todas las fruslerías) te embadurnas de betún hasta sentirte como el rey Baltasar y apestar como un peón de Asfaltos Campezo.  Todo lo que no sale en las maravillosas fotos que se sacan del Mar Muerto es el olor a azufre y alquitrán que hay por todas partes, lo que escuece un ojo si te salpica alguna gota y el sabor infernal del agua, de la que no hay que tragar porque puedes palmarla.  El baño no es peligroso, claro que no, pero hay que tener precaución para disfrutar a tope de la experiencia.  Y, sin embargo, yo creo que el Lago Rosa en Senegal, era más agresivo para la piel.

La benignidad del microclima, el aire limpio, oxigenado y sano, la paz de la contemplación... sólo han sido horas, pero cunden como días y, desde luego, tengo que volver pero para estar una semana entera, como mínimo, cuidándome a cuerpo de reinona, que me lo merezco.

El atardecer y los chapuzones en la piscina de toboganes fueron la guinda al primero de los pasteles que teníamos previsto comernos en este viaje. 

Crónicas Jordaneiras (II)

24 de noviembre 2008 - Ammán-Ajlun-Jerash-Ammán

A primera hora estábamos desayunando, ya con sol -porque si oscurece pronto, amanecer lo hace todavía más- mi colacao (me lo traigo desde casa allá donde voy) y esa deliciosa bollería y panadería árabe (lo mismo me he comido ya 1 kg de pan de aceitunas negras). 

Mientras esperábamos que Saleh (nuestro guía) viniera a recogernos, nos hemos entretenido contemplando un desfile de hormonautas pijos que asistían a uno de los eventos que se llevan celebrando ayer y hoy.  Da igual el país, los adolescentes son iguales en todas partes, y los pijos, también.

Con algunos problemas en la recogida de pasajeros y una hora más tarde del plan inicial (aunque yo creo que realmente hacen los planning con una hora de adelanto por si las moscas) hemos salido hacia la primera visita: Ajlun.

Por el camino hemos visto uno de los 11 campos de refugiados palestinos que viven en Jordania y que merecería un capítulo aparte para poder narrar toda la miseria tanto material como espiritual que emana de ese lugar.  También están presentes por todas partes los refugiados iraquíes y exiliados saudíes, que también los hay.

El paisaje es un clon de Jaén, con miles de olivos, invernaderos y una vegetación típicamente mediterránea, que al final de la estación seca no presentaba ese verde lujurioso del que disfrutan en la primavera.

El castillo de Ajlun está enclavado en el cerro dominante de un valle olivarero en su mayoría.  Su estado de conservación es aceptable y en su museo se pueden admirar curiosidades como una expedición de 4 americanos que sumaban la edad del castillo, por ejemplo.  Comparados con los que tenemos en España, pues no deja de ser anecdótico, pero nos divertimos correteando por sus salas, escaleras y pasadizos.

Hemos cruzado el río Yaboc, el que cruzó Jacob con sus rebaños y enganchó al ángel de Dios por el pinrel...

Jacob y sus rebaños nos han acompañado en todo el recorrido y nos hemos reído mucho gracias a ellos, ciertamente.

Por primera vez, y ya son unas cuantas, hemos visto un cordero al sol peeeeeeeeero (aquí viene la novedad) metido entre cristales, claro que desconocemos si era una cámara refrigerada o el cadáver estaba a temperatura ambiente.  Al menos las moscas no revoloteaban cual buitres en derredor.

Volviendo sobre nuestros pasos regresamos a Jerash, la decápolis Gerasa, y la ciudad romana mejor conservada desde la Antigüedad ya que su parte monumental permanece intacta desde hace 2000 años.  Esto no quiere decir que se conserve indemne al paso del tiempo y los terremotos, ni mucho menos.  En realidad está toda hecha una escombrera de miles de piedras que hay que catalogar y reconstruir, claro que como la UNESCO no la quiere hacer Patrimonio de la Humanidad (that is, soltar la panoja) mientras sigan celebrando el festival de verano... pues así va a continuar deteriorándose o dependiendo de la financiación privada.

La visita comienza con un crío que te vende 14 postales por 1 dinar en 14 idiomas, euskara incluido.  Cruzando bajo el Arco de Adriano 

se accede al Hipódromo, y ahora sé qué vería si fuera Ben-Hur compitiendo contra Messala en una carrera de cuádrigas.

400 m después, paseando por las afueras de la ciudad e imaginando cómo estaría todo lleno de puestos de mercaderías variopintas, atravesamos la Puerta del Sur o Puerta de Filadelfia, pues es la salida que conducía a Ammán (Filadelfia para los romanos).

De allí, sin perder de vista el templo de Zeus, hoy hecho un cisco por los terremotos, subimos al Teatro Sur, con capacidad para 3000 espectadores.  Nos los hemos pasado pipa con las pruebas de acústica y el retumbe en los oídos al declamar en la baldosa con el agujerito... y no olvidemos a los gaiteros que no dejaban de dar la chapa jajajajajajajajajajaja.

También nos hemos subido al gallinero, al escenario, salido por los vomitorios y vuelto a entrar... ni que nos hubieran soltado en un parque de atracciones.

El foro es ovalado, curiosidad arquitectónica que se aprecia mejor cuando caminas hacia el Templo de Artemisa y sus mega-columnas, impertérritas (menos la reconstruida y que se mueve) ante el tiempo y los seísmos.  Toda una muestra de perennidad y vigor.

Bajamos al cardo y al ninfeo para intentan encontrar los restos de grabados de peces y otros seres que sobrevivieron a los psicópatas de los iconoclastas.

De nuevo en el cardo vamos regresando mientras comprobamos el pavimento, el tetrapilono sur con columnas de granito rosa traído de mi amada Aswan, los elaboradísimos capiteles, los voladizos de las columnas más altas, las entradas para revisar el alcantarillado, el desgaste por el paso de los carros...

Todo esto da hambre, y comemos en la puerta de la ciudad.  Yo, para variar, me pongo morada a rollitos de cebolla y a aishas.  Nos hacemos con una botella de cocacola que nos vamos a traer a casa como curiosidad, y por no traernos un trozo de capitel romano (jojojojojojojo, no somos unos vándalos, afortunadamente). 

Una pequeña siesta de vuelta a Ammán, con un ojo abierto para observar una de las presas, las canteras de caliza, las 26 colinas por las que se extiende la ciudad moderna y panorámica nocturna por el Casco Antiguo, el-Balad, las 7 colinas primigenias sobre las que se asentó Rabbat-Ammón, la capital de los ammonitas.

Aunque mañana vamos a una de mis visitas más esperadas, el Mar Muerto, tengo que reconocer que Jerash ha sido todo un descubrimiento y que ocupará, sin lugar a dudas, un lugar privilegiado en el anecdotario y en los recuerdos de este viaje.