Gaua

Mi pequeñaja, mi diminuto trocito de noche.

Grekronikas (II)

Es 5 de mayo. El día amanece nuboso pero con mejor cara. Es como si dijera: "Vas a disfrutar del pequeño crucero por las islas del golfo Sarónico".

No lo tengo muy claro: hay un instituto de hormonautas locales vigilados por un pope y otro par de profesoras... no, por favor, y también un grupo de franchuletis y otro de japoneses... Pffff, habrá que buscar refugio en la cubierta.

Un islote en forma de esfinge descabezada provoca mis primeras sonrisas mañaneras. La verdad es que me dan igual el resto de pasajeros, estoy de vacaciones, hace un día maravillosos y tengo las fosas nasales impregnadas de salitre... soy feliz.

Atracamos en Puerto Hydra, la primera parada. Es como estar en Elantxobe, pero como si en la pantalla del paisaje, alguien jugara con el contraste y cediera el brillo del color de los montes al del mar; y es que no hay verde como el de la hierba de mi tierra... claro que también el Cantábrico está casi siempre de peor humor.

En la hora que dura la escala nos alejamos del bullicio de las terrazas y las tiendas del puerto para perdernos por la arquitectura estrecha y empinada del pueblo, y nos asomamos a la vida cotidiana de los lugareños y, cómo no, sus gatos. Grekogatunos.

La travesía continúa en un ajetreado crucero en el que sólo se escucha la algarabía de los inquietos hormonautas. Es divertido observarlos y ponerles motes mientras reconstruimos sus vidas y romances, jejejejejejeje. A sus ojos somos unos turistikis aburridos y viejunos, pero no imaginan lo que nos estamos riendo (con cariño) de sus aventuras y desventuras... y del pope que los persigue y rastrea cualquier escondrijo para evitar que fumen o se metan mano a escondidas, jajajajajajajajajajaja.

Durante la comida inauguramos la temporada de cata y probamos un Kritikos, con una entrada dura y rasposa, de tarjeta amarilla. Pero, con el meneíto del barco y la paz del alma... ah, todo se perdona y se comprende, jejejejejejejejeje.

Poros me recuerda a Plentzia, más pija y algo menos pintoresca que Hydra. Allí nos tomamos un café en un pub lleno de gafapastas locales vestidos como si fueran los Beatles... por dios, que había uno con pantalones pitillo de tweed...


Egina es la última escala y el colofón a un día azul marino lleno de luz.
No puedo dejar de maravillarme y fotografiarme junto a una hucha para donativos de la Sociedad Protectora de Animales... me encanta.


A estas alturas nos conocemos a todos los grekogatunos que "pescan" en el puerto. También hay tiempo para otro chocolate en una terraza y algunos escaparates. La tranquilidad y la falta de prisa se contagia con facilidad. Es maravilloso estar de vacaciones.

Y de regreso al Pireo y al bullicio de Monastiraki, donde vamos a ir a cenar un souvlaki y zumbarnos otra botella de vino... síiiiiiii estoy viendo ¡delfines!

Grekronikas (I)

Parece mentira que en apenas dos años que han transcurrido desde mi primer viaje a territorio griego la situación del país haya empeorado a este ritmo. Es como si la Grecia moderna se desmoronase mientras los restos de la Grecia clásica van recobrando su esplendor tras las restauraciones. Paradójico.


Fue un 3 de mayo de 2009 cuando aterricé en una nubosa Atenas que amenazaba lluvia, y sí, ciertamente hubo una tormenta de aficionados del Olympiacos que se lanzaron a las calles para festejar la Copa de Grecia y no dejaron pegar ojo hasta bien entrada la madrugada.

El lunes, 4 de mayo, amaneció gris y fresco, un día perfecto para caminar por la ciudad.

Lo primero, visitar la Acrópolis:

y fotografiar a duras penas un Partenón siempre vestido de andamios y con lo mejor de su arte en el British Museum...

Disfruté con capiteles y columnas. Por lo visto tengo un desarrolladísimo complejo fálico que se demuestra con la fascinación que siento por las columnas y los cientos de ellas que he fotografiado. Al menos eso me dice el psicólogo familiar. En fin, como también me pirra fotografiar flores y capullos, concederé veracidad al diagnóstico.

Un paseo por el Ágora, el templo de Hefestos, la Stoa de Átalo, el Odeón de Agripa, el Gimnasio y el templo de Ares dieron por conclusa la visita a tan ilustre localización.

En esta vista maravillosa del Hefesteion se puede apreciar mi acomplejada fascinación.


En fin, supongo que a cada uno se nos hincha una circunvolución cerebral.

La mañana terminó con la visita al Museo de Arte Cicládico, inesperadamente curioso y del que no voy a poner fotos para no hacer spóilers, porque hay que descubrir por uno mismo las piezas que conserva.

Esperadísima pausa para comer. La noche anterior ya había catado en Monastiraki las delicias del souvlaki y el primer Kritikós de todos los que caerían durante el viaje. En esta ocasión me dejé recomendar y hacer parada y fonda en un restaurante de clientela variada pero con fama entre los españoles. Cayó la primera moussaka auténtica griega, y un moschofilero para acompañar las dolmadakia. También hubo invitados especiales a la mesa (éste fue prudente, pero tengo otro que se metió en el cestillo del pan):


Llegados a este punto de atención gastronómica, he de decir que la razón de elegir Grecia como destino vacacional del año no fue el interés por los monumentos y la Grecia clásica. No. Ni mucho menos; si hubiéramos querido ver eso, habría ido al British o vuelto al Louvre. Si quería ir a Grecia fue porque después de comer en el Delfos, un restaurante griego en Madrid, me enamoré de todos y cada uno de los platos que comí y pensé: "si aquí en Madrid saben así... ¡cómo será en Grecia!". Y aquí vine, a comprobarlo en persona.

Para bajar la exquisita comilona, el Museo Arqueológico Nacional, donde todavía se ven algunos de los tesoros que tantas veces hemos visto en los libros de Historia y, recientemente, en la wikipedia. La más fascinante, cómo no, la máscara de Agamenón.


Puedes quedarte mirándola durante mucho tiempo como queriendo retroceder en él y conectar con la memoria del hombre detrás de la máscara.

Y, se rompe el hechizo. El silencio del Museo se transforma en el bullicio de la plaza Sintagma, Omonia, sus calles comerciales, Plaka y Monastiraki con sus miles de cafés, restaurantes, puestos de chuminadas, panaderías ambulantes, iglesias ortodoxas y todos esos atenienses que hablan con un acento similar al nuestro y que crees que entiendes... como si hablaran un español a 45 revoluciones. De vuelta al hotel, muy cerca del Licabeto, el juego consiste en aprenderse el alfabeto moderno griego en las placas de las calles (odos).

Más de 10 horas pateando Atenas tienen su recompensa en un descanso reparador. Mañana, crucerito por el golfo Sarónico ;)