Grekronikas (IV)

7 de mayo.

Amanecemos en Olimpia, otro lugar mítico y lleno de magia. Creo que he fotografiado cada una de sus columnas, cada rayo de sol que se colaba entre ellas, cada sombra proyectada sobre esta tierra tan sagrada arrebujada bajo el monte Cronio.


Vamos recorriendo con tranquilidad sus monumentos, como el Filipeo, tan lleno de encanto y belleza como las estatuas criselefantinas de los míticos argéadas que albergó.


Aprieta el calor, es casi mediodía. Estamos a punto de entrar en la Historia, sí. Estamos pisando la arena del auténtico Estadio. Y no va a haber temperatura ni sol abrasador que nos impida convertirnos en "olímpicos" :D


No negaré que entre la tostadera por fuera y lo que me abrasaba el cuerpo por dentro creí que moría asfixiada. Pero tuve el ánimo y el aplauso de todos los turistas (pocos, la verdad) allí congregados y sólo he conservado el recuerdo de la emoción y el regocijo secreto de saberme olímpica con todas las de la ley: una vuelta completa por el borde exterior, nada de atajar por el centro o hacer un largo, como se veía por ahí. S. lo hizo con más estilo, por supuesto, pero a mí me vitorearon cuando terminé, y a él no :P.


Olimpia es eterna y te descubre en cada recoveco lugares llenos de edad y de vestigios de un esplendor que no se puede olvidar. Columnas en rodajas, dispuestas como un paquete de galletas, las termas de Leónidas, el gimnasio, la única columna que sobrevive in situ del legendario Templo de Zeus, fósiles aún más antiguos atrapados en la caliza de sus muros, y detalles que perduran como esculpidos ayer mismo...


Olimpia, santuario y también museo donde se conservan piezas que han desafiado el tiempo y los saqueos, obras maestras de la escultura, como este Hermes de Praxíteles que deslumbra porque nos hace conscientes de que la perfección es más vieja que nosotros, que no es fruto de la modernidad sino un legado de nuestros antepasados.


También se conservan los frontones del templo de Zeus, lejos del esplendor que conocieron cobijando la estatua más hermosa que seguramente jamás se esculpiera... Aquí dejamos al augur, que ya profetizaba el uso de los móviles, contándole a Fidias que todavía quedan restos de su talles y que en el siglo XXI los hay que siguen pensando que es el más grande escultor de la Historia.


Te dejamos, Olimpia, esperando una nueva antorcha que encender, y bordeamos la costa ilia desde donde nos llega el verde esmeralda del mar Jónico y el dulce aroma del vino de Patra, y su hermosa iglesia de San Andrés.


No soy yo de iglesias, pero he visto pocas de culto ortodoxo y ésta es tan bonita por fuera como por dentro. Un chocolate frío hace mis delicias antes de abandonar el Peloponeso por el puente de Lepanto y adentrarnos en el continente, en Etolia.


Allí en Naupacto, desde una fortificación del puerto, Cervantes agita una pluma en señal de saludo recordándonos que estuvo en aquella batalla: "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". 


Recorremos toda la costa norte de la bahía de Corinto, descubriendo en cada curva asomada al mar cantidad de rincones pintorescos, pequeños pueblos acomodados en las suaves curvas de las numerosas calas y ensenadas que vigilan las inusitadamente elevadas cumbres nevadas de los Erimantos, cimas de más de 2.000 m de altura a pocos kilómetros del mar. Me recuerdan muchísimo a los Picos de Europa. No he terminado de salir de mi asombro cuando de pronto, el camino dobla una esquina sobre el puerto de Galaxidi y... ah, Grecia es sagrada por muchas razones, y ante mí se yergue una de ellas...


Al fondo la enorme mole caliza de casi 2.500 m que se levantan de golpe desde el puerto de Itea, la cuna de poetas de todas las épocas y credos: el monte Parnaso. Y colgando de uno de los brazos que extiende sobre el infinito olivar de Amfisa, Delfos, el ónfalos.


La carretera serpentea y asciende como el monstruo Pitón que Apolo mató para poder construir su oráculo. Los últimos rayos de sol se esconden tras las cumbres que protegen Agia Efthymia. 

Cenaremos con vino del otro lado de la montaña disfrutando del silencio en el centro del Universo.

Grekronikas (III)



6 de mayo.

Ponemos rumbo a Corinto, de donde las pasas. "Corinto" voy repitiéndome mientras nos aventuramos en el Peloponeso. "Corinto" canturreo mientras saco fotos a través del ventanal del autobús. Y llegamos al canal y de nuevo me asombré de la tenacidad y el esfuerzo de aquellos hombres antiguos que abrieron esta brecha:



Ya estamos en la isla de Pélope. Paramos primeramente en Epidauro. Qué mejor lugar para hacer boca que el escenario donde la Callas derramó la voz de Medea al son de Cherubini en uno de los teatros con mejor acústica que se han diseñado jamás, hace 2.300 años...


Atravesamos Nauplia y bajo un cielo trágicamente gris, llegamos a Micenas. Comienza a llover, se nublan las caras... pero me siento protegida por la égida de los Atreides, y el propio Agamenón ofrece su tumba colosal a modo de cobijo durante la tormenta.


El corazón se acelera al enfilar calle arriba y contemplar en toda su magnificencia y realidad otro de mis mitos, la primera fotografía que recuerdo de mi libro de "Sociales" de EGB: la Puerta de los Leones. Y yo, con mi escasa presencia y mi nimiedad histórica, estaba cruzando bajo aquellos leones inmortales que tantas veces vieron la coronilla del mismísimo Agamenón.


A pesar de se apenas un puñado de piedras, Micenas sobrecoge el corazón. Las vistas desde el Palacio son magníficas. Las piedras de los cimientos y las murallas, ciclópeas. Y yo estoy aquí, asomada a la misma repisa desde donde los aqueos dominaban la fértil Argólida.


Después de recorrer a conciencia las calles y los edificios monumentales de la mítica ciudad "rica en oro", sólo nos queda atravesar Arcadia camino de nuestra meta de hoy: Olimpia. Mañana será un día también especial.