Djbel Toubkal, el techo del Atlas


3 de abril de 2004


Estoy sentada en una piedra a medio camino hacia el refugio Neltner. Pero antes de llegar aquí han sucedido varios acontecimientos en el Atlas.



Luego de dejar las maletas a buen recaudo en el Meridien en Marrakech (echándole un poco de morro) nos pusimos a buscar un taxista intrépido y no muy ladrón que nos llevara a Imlil. Al final pagamos unos 30 euros (300 dhm) para llegar al minúsculo pueblecito bereber. Por el camino, plagado de chumberas coronadas por higos rojos, nos ha parado la policía y el taxista ha tenido que aflojar el cazo correspondiente. Qué vergüenza, de verdad.

No sé qué espíritu tendrá la peña que publica sus historias por internet, pero desde luego la famosa carretera Asni-Imlil no es ni la mitad de chunga de lo que la pintan. No sé, insisto: ir a fiestas de Doña Santos es mucho más peligroso (y volver, ni te cuento). La carretera serpentea por un valle verde a orillas del río, esculpido entre suaves colinas arcillosas. Los pueblecitos camuflan su arquitectura simple y pura de adobe con el fondo terroso de las faldas de las montañas. Al frente, la nieve del Atlas no deja de aproximarse y la agitación comienza dentro de mí. Me siento como un tiburón cuando huele a sangre.

Llegamos a Imlil y allí están los muleros, los guías, el agua y los grupos de turistas y montañeros. Después de apalabrar con el taxista nuestra recogida el martes a las 11, nos cargamos las mochilas –que pesan como cruces- y nos lanzamos por el camino pedregoso, camino pedregoso que va al refugio Neltner. No pasan cinco minutos y ya me quito camiseta y pantalones, quedándome en tirantes y culotte. Bien untadita de Nenuco factor 50 australiano, me acomodo las cinchas y volvemos a la carga. Aún nos insisten unos cuantos muleros más, pero rechazamos su oferta. Somos de Bilbao, ahibalaostia. Su amabilísima y luego añorada oferta.



Aquí el tiempo discurre de otra forma, más despacio, e incluso las ovejas balan a diferente velocidad. Joer, llevo un rato mosca porque hay alguna que berrea como el pequeño y terrible infante franchute del desayuno de esta mañana (de ahí, claramente, por qué acuñaron la expresión). Creía que llevábamos andando un porrón de tiempo –en realidad una hora escasa- y ya nos hemos parado a tomar una cocacola y un par de manzanas en el puesto de Omar el Rojo. Después de saborear las "pommes" proseguimos la marcha. El sendero discurrre por un ancho valle, el lecho de un río al que confluyen todas las aguas del deshielo. Ahora no baja mucha, pero es igualito que un valle del Himalaya, pero en pequeñito.



D. iba fatal, deteniéndonos cada vez con más frecuencia.

Al llegar al último reducto habitado, Chamarouche, y parar a descansar y comer en la tienda de bisutería de Omar Bolemual, nos ha ofrecido quedarnos a pasar la noche, y no ha tenido que insistir mucho. Por eso estoy sentada en esta piedra, sobre la alfombra bereber que acaba de traerme, tan amablemente, y contemplando el atardecer. Mohammed ha venido con el "whisky bereber", el té con menta, que ahora mismo voy a tomar, seguramente, mientras nos preguntamos sobre nuestros mundos diferentes.


4 de abril de 2004

Bonita efeméride. Hemos despertado entre las pulseras, collares, figuras y telas que componen la tienda de Omar. Anoche me puse varios brazaletes y colgants, como una princesa bereber.



La subida hasta el refugio es algo brusca al principio, pero luego se suaviza en el tramo final del valle. No obstante, estas jodías mochilas han acabado con mis hombros, y cuando por fin el refugio ha aparecido a lo lejos, se me ha antojado como si fuera Barad-dûr. Pero allí estábamos, hoy era yo Frodo Bolsón, sin duda.

Nada más llegar, a montar la tienda en una explanada bajo una roca, para estar algo protegidos, aunque el viento viene del collado de enfrente, pero bueno. Y después, a tomarnos un té calentito y a pasar, como lagartos, varias horas sobre una piedra al sol, con Ibrahim, Hussein, Mohammed y el "radio macuto" del pelo negro rizado y brillante. Han ido llegando dos catalanes, dos valencianos, y dos giputxis, que han hecho el Toubkal y el Ras-Timeguida. Más tarde los andaluces que nos seguían y han encontrado la tapa de la cámara que yo había olvidado en una roca.

Vamos a cenar en el refugio a las siete y media; queda tiempo para una siesta. A ver si descansa mi espalda.


5 de abril de 2004

La cena fue de anecdotario. Primero la sala de espera, con aquellos sofás que mirábamos con ojos tiernos, después de no haber pegado ojo con el frío que subía del suelo helado (ni manta térmica ni hostias!!). Luego de esperar el primer turno, nos han colado en el segundo. Después de bautizar a "Filemón" y recordar al "hombre-somormujo" del aeropuerto de Casablanca, aparecía Hussein con un par de tazones de crema de verduras. Jo, si se entera mi madre que me lo tomé sin rechistar… pero atención al segundo plato… peacho de platos de espagueti… o mejor, bentonita, porque venir venían aplastados, pero metías el tenedor y aquello expandía como un suflé. No pudimos ni con cuatro rules de tenedor. Los andaluces y austríacos se meaban, pero las risas en la cocina cuando devolví los platos fueron mayores jajajajajajajajajajajajajaja. Después un colacao y… a sufrir como pocas veces.

Qué nochecita, por diox. Si lo sabemos, nos hacemos la ascensión nocturna, con los de la tanda de las tres de la mañana. Si no llega a ser por mi colchoneta, muero congelada. D. acabó empotrándome contra la tienda para poner el culete y la espalda dentro de la colchoneta, pero ni así. Ha sido una noche eterna.



Sin haber dormido, con el cuerpo contraído y rígido, nos levantamos a las seis. Me dolía la cabeza y estaba cansada; con apenas un colacao entre pecho y espalda ha comenzado la jornada montañera. A la misma hora, sobre las siete, hemos salido unas 15 personas. Tras el repechón del aperitivo, yo me he comido un par de barritas y un brik de batido de chocolate, porque mascaba un desfallecimiento en el siguiente repecho. La nieve estaba dura y costaba avanzar con los crampones. Bajaban ya los componentes del grupo que había subido sobre las cuatro de la mañana, y nos iban contando cómo estaba el camino y cuánto quedaba aún. El "llano" que precede a la rampa final de nieve te permite contemplar el Toubkal en su perfil más amable. Otra cosa es en la cima, pero aún hay que acometer una dura y exigente pala de nieve blanda que te come la vida; aún es peor el tramo final: una pedrera interminable, incómoda y agotadora, una réplica (a menor escala, alabado sea Allah) de la subida a Stella Point.



Tras dejar los crampones en una piedra y descansar un par de minutos, sólo quedábamos la mitad del grupo para acometer la última rampa, y por el camino, íbamos perdiendo unidades. Todavía no sé de dónde sacamos las fuerzas (tal vez el entrenamiento del último año, tal vez toda la experiencia acumulada, tal vez el amor por la montaña o el espíritu de superación), porque en aquellas condiciones en las que subimos… sin dormir, sin apenas comer, con aquellos retortijones triperos… el caso es que, con los 4 madrileños que quedaban, de todo el grupo que salimos a la vez, fue con los que hicimos cumbre, manteniendo siempre el nivel.

Nos sacamos a gusto todas las fotos que quisimos; estuvimos un rato disfrutando del paisaje y de los impresionantes cortados que componen la cara más salvaje del Toubkal, y empezamos a considerar descender. Coronar nos llevó unas 3 horas aproximadamente. El descenso, en cambio, fue una fiesta. No dejamos de sacar fotos, de animar a los desperdigados del gran grupo, parlotear con los que se unían después. Yo la gocé por las rampas de nieve. Mientras subía, uno de los pensamientos que me animaba era el de cuánto iba a disfrutar bajando. Así fue. En menos de dos horas estábamos en el refugio. Nuestros vecinos de tienda, los dos chiquitos de Eibar, habían vuelto también de su excursión por el canal del Ras, pero los valencianos (Filemón y compadre) aún no habían regresado del Timesguida, y eso que los vimos hacer cumbre desde la cima del Toubkal.



Durante nuestro periplo toubkaleiro habían llegado oleadas de gente y el panorama era impresionante. Mohammed y Hussein acarreaban colchonetas y en la cocina había un febril movimiento de personal. A las dos y media ya teníamos todo recogido. Les dejamos los restos de comida a los giputxis (los estorninos les habían entrado en la tienda y comido las barras de pan y toda la fruta, así que les hicimos felices con el queso, el jamón, el fiambre y el bimbo).

Apenas habíamos recorrido cien metros cuando un porteador se pegó a D. Finalmente "el abuelo" se cargó con mi mochila hasta donde se cogen las mulas de regreso. Fuimos a todo meter, vamos, corriendo. En menos de una hora estábamos en Chamarouche, con Omar, Mohammed. D. confundió a Omar con Hassan y apalabró con él dormir en su casa. Claro, cuando se dio cuenta del fallo, ya era tarde. La palabra es sagrada. Así que después de unas "compras" y un té de despedida, bajamos a toda caña (qué gente: con lo despacio que pasa aquí el tiempo, qué prisas se traen con las mulas y ellos mismos por los caminos con el "irra-irra")… y yo con la "tafoud" medio jodida. Acabamos en Aroumd.

Una ducha ¡caliente!, cus-cús y tajine para cenar, y una improvisada cama-maracaná en la que hemos dormido como pepes. El desayuno a las 9. Aquí quedan Hassan, Mohammed, Abdullah… el valle con sus campos y rebaños de cabritillos, los almendros y manzanos, un despertar a la sombra del Toubkal, un pueblo bereber hospitalario y con el que me he reído mucho y he disfrutado de unos días de retiro.