Grekrónikas (V)


8 de mayo.

Después de una noche en la más absoluta tranquilidad y un despertar relajado, atacamos con ganas y decisión la visita a Delfos. Apenas hay gente, sólo nosotros y mientras el resto del grupo se queda escuchando las explicaciones junto al Tesoro de los atenienses, nosotros nos vamos por nuestra cuenta.


Tenemos una oportunidad muy especial de disfrutar de Delfos a nuestras anchas, y no vamos a desperdiciarla. Y además… está lleno de mis idolatradas columnas.


Desde todas las perspectivas, fotos introspectivas, introspección retrospectiva… estoy en Delfos…



… en el ombligo del mundo…


 … y nunca lo imaginé tan hermoso…


… ni que me prendaría de los ojos del auriga que miran al oscuro pasado sin pestañear...


 ... o que encontraría una γάτα


Dormiremos en Atenas, y mañana... a Santorini :D


Grekronikas (IV)

7 de mayo.

Amanecemos en Olimpia, otro lugar mítico y lleno de magia. Creo que he fotografiado cada una de sus columnas, cada rayo de sol que se colaba entre ellas, cada sombra proyectada sobre esta tierra tan sagrada arrebujada bajo el monte Cronio.


Vamos recorriendo con tranquilidad sus monumentos, como el Filipeo, tan lleno de encanto y belleza como las estatuas criselefantinas de los míticos argéadas que albergó.


Aprieta el calor, es casi mediodía. Estamos a punto de entrar en la Historia, sí. Estamos pisando la arena del auténtico Estadio. Y no va a haber temperatura ni sol abrasador que nos impida convertirnos en "olímpicos" :D


No negaré que entre la tostadera por fuera y lo que me abrasaba el cuerpo por dentro creí que moría asfixiada. Pero tuve el ánimo y el aplauso de todos los turistas (pocos, la verdad) allí congregados y sólo he conservado el recuerdo de la emoción y el regocijo secreto de saberme olímpica con todas las de la ley: una vuelta completa por el borde exterior, nada de atajar por el centro o hacer un largo, como se veía por ahí. S. lo hizo con más estilo, por supuesto, pero a mí me vitorearon cuando terminé, y a él no :P.


Olimpia es eterna y te descubre en cada recoveco lugares llenos de edad y de vestigios de un esplendor que no se puede olvidar. Columnas en rodajas, dispuestas como un paquete de galletas, las termas de Leónidas, el gimnasio, la única columna que sobrevive in situ del legendario Templo de Zeus, fósiles aún más antiguos atrapados en la caliza de sus muros, y detalles que perduran como esculpidos ayer mismo...


Olimpia, santuario y también museo donde se conservan piezas que han desafiado el tiempo y los saqueos, obras maestras de la escultura, como este Hermes de Praxíteles que deslumbra porque nos hace conscientes de que la perfección es más vieja que nosotros, que no es fruto de la modernidad sino un legado de nuestros antepasados.


También se conservan los frontones del templo de Zeus, lejos del esplendor que conocieron cobijando la estatua más hermosa que seguramente jamás se esculpiera... Aquí dejamos al augur, que ya profetizaba el uso de los móviles, contándole a Fidias que todavía quedan restos de su talles y que en el siglo XXI los hay que siguen pensando que es el más grande escultor de la Historia.


Te dejamos, Olimpia, esperando una nueva antorcha que encender, y bordeamos la costa ilia desde donde nos llega el verde esmeralda del mar Jónico y el dulce aroma del vino de Patra, y su hermosa iglesia de San Andrés.


No soy yo de iglesias, pero he visto pocas de culto ortodoxo y ésta es tan bonita por fuera como por dentro. Un chocolate frío hace mis delicias antes de abandonar el Peloponeso por el puente de Lepanto y adentrarnos en el continente, en Etolia.


Allí en Naupacto, desde una fortificación del puerto, Cervantes agita una pluma en señal de saludo recordándonos que estuvo en aquella batalla: "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros". 


Recorremos toda la costa norte de la bahía de Corinto, descubriendo en cada curva asomada al mar cantidad de rincones pintorescos, pequeños pueblos acomodados en las suaves curvas de las numerosas calas y ensenadas que vigilan las inusitadamente elevadas cumbres nevadas de los Erimantos, cimas de más de 2.000 m de altura a pocos kilómetros del mar. Me recuerdan muchísimo a los Picos de Europa. No he terminado de salir de mi asombro cuando de pronto, el camino dobla una esquina sobre el puerto de Galaxidi y... ah, Grecia es sagrada por muchas razones, y ante mí se yergue una de ellas...


Al fondo la enorme mole caliza de casi 2.500 m que se levantan de golpe desde el puerto de Itea, la cuna de poetas de todas las épocas y credos: el monte Parnaso. Y colgando de uno de los brazos que extiende sobre el infinito olivar de Amfisa, Delfos, el ónfalos.


La carretera serpentea y asciende como el monstruo Pitón que Apolo mató para poder construir su oráculo. Los últimos rayos de sol se esconden tras las cumbres que protegen Agia Efthymia. 

Cenaremos con vino del otro lado de la montaña disfrutando del silencio en el centro del Universo.

Grekronikas (III)



6 de mayo.

Ponemos rumbo a Corinto, de donde las pasas. "Corinto" voy repitiéndome mientras nos aventuramos en el Peloponeso. "Corinto" canturreo mientras saco fotos a través del ventanal del autobús. Y llegamos al canal y de nuevo me asombré de la tenacidad y el esfuerzo de aquellos hombres antiguos que abrieron esta brecha:



Ya estamos en la isla de Pélope. Paramos primeramente en Epidauro. Qué mejor lugar para hacer boca que el escenario donde la Callas derramó la voz de Medea al son de Cherubini en uno de los teatros con mejor acústica que se han diseñado jamás, hace 2.300 años...


Atravesamos Nauplia y bajo un cielo trágicamente gris, llegamos a Micenas. Comienza a llover, se nublan las caras... pero me siento protegida por la égida de los Atreides, y el propio Agamenón ofrece su tumba colosal a modo de cobijo durante la tormenta.


El corazón se acelera al enfilar calle arriba y contemplar en toda su magnificencia y realidad otro de mis mitos, la primera fotografía que recuerdo de mi libro de "Sociales" de EGB: la Puerta de los Leones. Y yo, con mi escasa presencia y mi nimiedad histórica, estaba cruzando bajo aquellos leones inmortales que tantas veces vieron la coronilla del mismísimo Agamenón.


A pesar de se apenas un puñado de piedras, Micenas sobrecoge el corazón. Las vistas desde el Palacio son magníficas. Las piedras de los cimientos y las murallas, ciclópeas. Y yo estoy aquí, asomada a la misma repisa desde donde los aqueos dominaban la fértil Argólida.


Después de recorrer a conciencia las calles y los edificios monumentales de la mítica ciudad "rica en oro", sólo nos queda atravesar Arcadia camino de nuestra meta de hoy: Olimpia. Mañana será un día también especial.



Gaua

Mi pequeñaja, mi diminuto trocito de noche.

Grekronikas (II)

Es 5 de mayo. El día amanece nuboso pero con mejor cara. Es como si dijera: "Vas a disfrutar del pequeño crucero por las islas del golfo Sarónico".

No lo tengo muy claro: hay un instituto de hormonautas locales vigilados por un pope y otro par de profesoras... no, por favor, y también un grupo de franchuletis y otro de japoneses... Pffff, habrá que buscar refugio en la cubierta.

Un islote en forma de esfinge descabezada provoca mis primeras sonrisas mañaneras. La verdad es que me dan igual el resto de pasajeros, estoy de vacaciones, hace un día maravillosos y tengo las fosas nasales impregnadas de salitre... soy feliz.

Atracamos en Puerto Hydra, la primera parada. Es como estar en Elantxobe, pero como si en la pantalla del paisaje, alguien jugara con el contraste y cediera el brillo del color de los montes al del mar; y es que no hay verde como el de la hierba de mi tierra... claro que también el Cantábrico está casi siempre de peor humor.

En la hora que dura la escala nos alejamos del bullicio de las terrazas y las tiendas del puerto para perdernos por la arquitectura estrecha y empinada del pueblo, y nos asomamos a la vida cotidiana de los lugareños y, cómo no, sus gatos. Grekogatunos.

La travesía continúa en un ajetreado crucero en el que sólo se escucha la algarabía de los inquietos hormonautas. Es divertido observarlos y ponerles motes mientras reconstruimos sus vidas y romances, jejejejejejeje. A sus ojos somos unos turistikis aburridos y viejunos, pero no imaginan lo que nos estamos riendo (con cariño) de sus aventuras y desventuras... y del pope que los persigue y rastrea cualquier escondrijo para evitar que fumen o se metan mano a escondidas, jajajajajajajajajajaja.

Durante la comida inauguramos la temporada de cata y probamos un Kritikos, con una entrada dura y rasposa, de tarjeta amarilla. Pero, con el meneíto del barco y la paz del alma... ah, todo se perdona y se comprende, jejejejejejejejeje.

Poros me recuerda a Plentzia, más pija y algo menos pintoresca que Hydra. Allí nos tomamos un café en un pub lleno de gafapastas locales vestidos como si fueran los Beatles... por dios, que había uno con pantalones pitillo de tweed...


Egina es la última escala y el colofón a un día azul marino lleno de luz.
No puedo dejar de maravillarme y fotografiarme junto a una hucha para donativos de la Sociedad Protectora de Animales... me encanta.


A estas alturas nos conocemos a todos los grekogatunos que "pescan" en el puerto. También hay tiempo para otro chocolate en una terraza y algunos escaparates. La tranquilidad y la falta de prisa se contagia con facilidad. Es maravilloso estar de vacaciones.

Y de regreso al Pireo y al bullicio de Monastiraki, donde vamos a ir a cenar un souvlaki y zumbarnos otra botella de vino... síiiiiiii estoy viendo ¡delfines!

Grekronikas (I)

Parece mentira que en apenas dos años que han transcurrido desde mi primer viaje a territorio griego la situación del país haya empeorado a este ritmo. Es como si la Grecia moderna se desmoronase mientras los restos de la Grecia clásica van recobrando su esplendor tras las restauraciones. Paradójico.


Fue un 3 de mayo de 2009 cuando aterricé en una nubosa Atenas que amenazaba lluvia, y sí, ciertamente hubo una tormenta de aficionados del Olympiacos que se lanzaron a las calles para festejar la Copa de Grecia y no dejaron pegar ojo hasta bien entrada la madrugada.

El lunes, 4 de mayo, amaneció gris y fresco, un día perfecto para caminar por la ciudad.

Lo primero, visitar la Acrópolis:

y fotografiar a duras penas un Partenón siempre vestido de andamios y con lo mejor de su arte en el British Museum...

Disfruté con capiteles y columnas. Por lo visto tengo un desarrolladísimo complejo fálico que se demuestra con la fascinación que siento por las columnas y los cientos de ellas que he fotografiado. Al menos eso me dice el psicólogo familiar. En fin, como también me pirra fotografiar flores y capullos, concederé veracidad al diagnóstico.

Un paseo por el Ágora, el templo de Hefestos, la Stoa de Átalo, el Odeón de Agripa, el Gimnasio y el templo de Ares dieron por conclusa la visita a tan ilustre localización.

En esta vista maravillosa del Hefesteion se puede apreciar mi acomplejada fascinación.


En fin, supongo que a cada uno se nos hincha una circunvolución cerebral.

La mañana terminó con la visita al Museo de Arte Cicládico, inesperadamente curioso y del que no voy a poner fotos para no hacer spóilers, porque hay que descubrir por uno mismo las piezas que conserva.

Esperadísima pausa para comer. La noche anterior ya había catado en Monastiraki las delicias del souvlaki y el primer Kritikós de todos los que caerían durante el viaje. En esta ocasión me dejé recomendar y hacer parada y fonda en un restaurante de clientela variada pero con fama entre los españoles. Cayó la primera moussaka auténtica griega, y un moschofilero para acompañar las dolmadakia. También hubo invitados especiales a la mesa (éste fue prudente, pero tengo otro que se metió en el cestillo del pan):


Llegados a este punto de atención gastronómica, he de decir que la razón de elegir Grecia como destino vacacional del año no fue el interés por los monumentos y la Grecia clásica. No. Ni mucho menos; si hubiéramos querido ver eso, habría ido al British o vuelto al Louvre. Si quería ir a Grecia fue porque después de comer en el Delfos, un restaurante griego en Madrid, me enamoré de todos y cada uno de los platos que comí y pensé: "si aquí en Madrid saben así... ¡cómo será en Grecia!". Y aquí vine, a comprobarlo en persona.

Para bajar la exquisita comilona, el Museo Arqueológico Nacional, donde todavía se ven algunos de los tesoros que tantas veces hemos visto en los libros de Historia y, recientemente, en la wikipedia. La más fascinante, cómo no, la máscara de Agamenón.


Puedes quedarte mirándola durante mucho tiempo como queriendo retroceder en él y conectar con la memoria del hombre detrás de la máscara.

Y, se rompe el hechizo. El silencio del Museo se transforma en el bullicio de la plaza Sintagma, Omonia, sus calles comerciales, Plaka y Monastiraki con sus miles de cafés, restaurantes, puestos de chuminadas, panaderías ambulantes, iglesias ortodoxas y todos esos atenienses que hablan con un acento similar al nuestro y que crees que entiendes... como si hablaran un español a 45 revoluciones. De vuelta al hotel, muy cerca del Licabeto, el juego consiste en aprenderse el alfabeto moderno griego en las placas de las calles (odos).

Más de 10 horas pateando Atenas tienen su recompensa en un descanso reparador. Mañana, crucerito por el golfo Sarónico ;)

Grekronikas

Ando mal de tiempo, pero una vez seleccione las fotos, os contaré nuestro viaje a Grecia, y cómo engordar 3 kilos sin perder la sonrisa, jajajajajajajajajajajajajajaja.

Crónicas Jordaneiras (VII)

29 de noviembre: Ammán-Madrid

Último día en Jordania, aunque será largo porque nuestro vuelo es a la una de la madrugada.

Por eso nos levantamos tarde, sin prisa, y salimos con A. y F., que no se defienden muy bien en inglés, para irnos al Balad, el centro de la ciudad, para pasar un día fundamentalmente de compras (nos recorremos todas las tiendas de chilabas y baratijas que nos encontramos) y terminar de ver las últimas ruinas que ofrece Ammán.

Mientras S. y yo nos vamos a ver el Teatro Romano, 

A. y F. encuentran un sujeto que les vende billetes fuera de curso legal, y así también nosotros nos venimos con uno de Hussein y otro de Jomeini, para alborozo de nuestros conocidos cuando volvamos a casa y se los enseñemos.

Como el día está gris y nuboso y no tardará mucho en anochecer, decidimos subir al Templo de Hércules 

y al Museo Arqueológico (donde vimos los Manuscritos del Mar Muerto)

y sacar las últimas panorámicas de la ciudad

 antes de buscar un lugar para comer, por 3 dinares cada uno, y ponernos hasta las cejas.  Ya de noche, cogemos al taxista loco para regresar al hotel y esperar, tomando té, y en compañía de J. y B. que vinieran a recogernos.  En el aeropuerto, la larga espera y el retorno a casa (me lo he pasado durmiendo casi en su totalidad).  A las 9 de la mañana del domingo, estamos desayunando en casa, con nuestros 4 niños, en completa armonía.