Crónicas Kilimanjaleiras (IV)

11 de agosto de 2003 (SADDLE – MERU – MOMELLA – ARUSHA)

La jornada comenzó con el día, a las 0:00 horas.

Tomamos té con galletas y armados con los frontales y un cielo maravillosamente despejado empezamos la marcha. Éramos como los 8 enanitos, en fila india, en silencio detrás de Ozzy y Faustine, y con un par de porteadores intercalados entre nosotros.

Recuerdo la luna llena iluminando la senda, el frío y el viento. Apagué el frontal, no lo necesitaba. Nuestras siluetas negras se distinguían perfectamente entre los tonos grises y plateados del suelo y el fondo. Paso lento pero firme, pole-pole, fuimos ascendiendo hasta Rhino Point. Allí, en el cielo, veía las constelaciones ¡al lado contario del habitual! Cygnus, Cassiopea y Ursa Major a la izquierda, Scorpio directamente encima de la cabeza y totalmente ¡vertical! y poco a poco aparecían las Pléyades arrastrando a un Orión ¡horizontal!, y Sirio… brillando azul como nunca antes lo había visto. Sé que sólo yo disfruté de esa maravilla "celestial". Los demás caminaban cabizbajos, mirando al suelo para no tropezar. Sé que pensaban en la austríaca de la pierna rota. Robocop, D. y yo no. Se nos veía en los ojos… brillaban líquidos a la luz de la luna.

La subida fue penosa por las laderas de arena de lava. Éramos como la Comunidad del Anillo, como Sam y Frodo subiendo a hurtadillas al Monte del Destino.

Nos quedaban menos de 100 m para alcanzar la cumbre cuando amanecía tras el Kilimanjaro.



Robocop ya había llegado y yo lo seguía endemoniadamente eufórica. Faustine me pedía que no corriera, que fuera más despacio, pero yo no escuchaba, no oía salvo los latidos de mi corazón asalvajado. De pronto me di cuenta de que D. no venía. Me di la vuelta y bajé a buscarlo. Estaba incrustado en una hornacina esculpida en la roca, temblando por el frío. Le cogí la cámara de fotos, le masajeé las piernas, lo sacudí para que reaccionara un poco y le hablé de la cima cercana. Los demás estaban desperdigados, pero atendidos por los guías, sin duda. Allá abajo distinguí a J.A., acompañado de M. y Ozzy. S. y E. subían despacito delante de ellos. Con D. algo recuperado y dispuesto para el esfuerzo final, salí nuevamente corriendo ladera arriba, trepando y gritando a Robocop que ya llegábamos. Pisé la cima dando saltos de alegría y abrazando a Faustine. Unos minutos después D. asomó y en ese momento también lo hizo el sol detrás del Kili, como si le diera la bienvenida.



Estábamos a -3ºC, y había hielo en los intersticios de la roca, en la bandera metálica de Tanzania que no ondea en la cima. Estuvimos sacando fotos y contemplando el inmenso cráter y la mucho más impresionante ladera del cono volcánico. M. llegó remolcando a JA., blanco como la luna, y sufriendo un principio de mal de altura. Deliraba un poco, pero consiguió llegar. Baboo no… lo tuvieron que bajar porque casi se muere de frío. Culpa suya por inconsciente y no sé ni cómo calificarlo (un tío que ha hecho el Huascarán, tesorero de nuestro club de montaña y se viene a Tanzania con ropa de verano… y un forro fino para subir a 4500 m y luego a casi 6000… que sabe que vamos a soportar temperaturas de casi 20 bajo cero… en fin).

La foto en la cima y un recuerdo que perdurará para siempre.



El descenso hasta los 3600 m, hasta Saddle, fue duro porque había que ir ayudando a J.A. D. se encargó de remolcarlo casi todo el tiempo mientras yo no dejaba de alucinar con el paisaje volcánico que se deplegaba en torno a mí. Todos los rincones por donde había pasado de noche y ahora se revelaban con la luz del día me abrumaron. El cráter, la infinita ladera de lava, todo tan magno, tan inhóspito y agresivo. Sentí mi propia vulnerabilidad, mi pequeñez… y por dentro, sin embargo, era un titán, un caballo desbocado de emoción. Son estos paisajes los que me hacen sentir libre, minúscula, pero libre.



Desayunamos en Saddle y continuamos el descenso hasta Miriakamba. Descansamos un rato, comimos palomitas y proseguimos imparables hasta Momella Gate. El último incidente, llegando a Momella, se produjo cuando Baboo, en otro alarde de inconsciencia, provocó a una manada de búfalos que pastaba tranquilamente a unos cien metros de nosotros. Unos cuantos machos comenzaron a patear el suelo, como toros bravos antes de embestir, y tuvimos que salir a marchas forzadas de allí, con el consiguiente enfado de Ozzy y la subsiguiente broca que le pegamos a Baboo.

13 horas después de habernos levantado, estábamos subiendo al 4x4 que nos devolvería al Spices & Herbs. La ducha, inenarrable… el agua estaba fría, pero después del primer susto (y dos pastillas de jabón) el cansancio y la porquería se fueron por el desagüe y sólo quedó satisfacción total. La cena fue rápida, pero disfrutando del curioso pan etíope y de una "conversación" con una cacatúa que apredió a decir el nombre de D. a cambio de un par de pistachos y un picotazo por intentar rascarle la cabeza.

2 comentarios:

__m__ dijo...

La foto de la cima es maravillosa….la verdad es que tu compañero tuvo una idea de llamarse ignacio, xD! Vamos, cuando salgo yo a las 6 de la mañana de mi casa, hasta el abrigo me parece poco….como para ir alli en manga corta….

Señora del Averno dijo...

A algunos, al llegar a viejos, se les arruga también el cerebro, jejejejejejeje.

Lo peor era el viento... y el ir tan despacito... pero luego arriba se estaba en la gloria ;)