Crónicas Kilimanjaleiras (IX)

16 de agosto de 2003 (BARAFU HUT-UHURU PEAK-MWEKA HUT)

A las 23:30 h nos traían a la tienda (mi amigo Manolo-Emmanuelle) un té caliente y unas galletas. Me he forrado de ropa: camiseta térmica de manga corta, camiseta térmica de manga larga, forro polar fino, forro polar quitavientos y goretex para el cuerpo y brazos; pantalón térmico largo y pantalón goretex para las piernas; calcetines finos, calcetines extreme y botas de alta montaña en los pinreles; guantes polares finos y guantes polares extreme en las manos; buff de invierno y gorro del goretex en la cabeza; bastones y un par de tabletas de glucosa en los puños por si me da alguna pájara. y nos han colocado en fila. Daoudi-Baboo-M.- J.A.- S. – yo – Kanja – E.-D.-E.-Cosmas.

Con la luna casi llena, el frontal, igual que en el Meru, era innecesario prácticamente. El comienzo se hizo llevadero. Primero una subida entre rocas para enlazar con un terreno estable de piedras y cenizas. Los glaciares Rebmann y Drecken resplandecían con la luna. Hacía un frío de la pera y el paso era tan lento que era imposible entrar en calor. Al menos me daba tiempo para ver las estrellas y tan cerca… Scorpio seguía al revés, mirando hacia abajo, y Piscis se veía casi en la mitad del cielo. Las paradas para descansar se iban sucediendo cada vez con más frecuencia y yo tenía los pies y las manos insensibles. Y un dolor de espalda muy molesto de ir tan rígida.

Intentamos mantenernos juntos hasta Stella Point, pero Baboo era un continuo vertedero de vómitos y decidimos empezar a tirar E. y yo. Pronto E. se desmarcó en solitario y a mí se unieron el otro E., S. y D. y continuamos con Daoudi.

Hubo un momento, a 5400 m, cuando la pendiente comenzó a ser fuerte, en que dejé de sentir los dedos de la mano derecha. Daoudi me quitó los guantes y empezó a frotarlos para recuperar el flujo sanguíneo… pero sólo me dolía demasiado y comencé a tener una pesadilla despierta. Tuve visiones de mi dedo meñique amputado y mi madre dándome la charla por haberme embarcado en esta aventura. El resto del grupo nos alcanzó y paró para descansar. Miré a mi alrededor y me encontré un cuadro surrealista: J.A. sentado en una piedra delirando; M. diciéndole barbaridades para infundirle ánimos; S. aferrándose el estómago; su marido, E., pálido; y Baboo tirado en el suelo vomitando. Salí de mi paranoia personal al darme cuenta de que había llegado allí y no podía volver atrás, aunque dejara un dedo por el camino. También, los minutos descansando sirvieron para dar tiempo al cuerpo a regularse. Me levanté y comencé a caminar.

Alcancé a S. y a E. y aún tiré hasta D. Cuando Daoudi se puso a cantar el "Jambo" enfilando la última rampa hasta Stella Point, miré hacia arriba, vi las luces del amanecer y supe que ya estaba hecho el monte.



Ese primer rayo de sol despertó algo íntimo, algo atávico, algo desconocido de mí misma. No pude evitar llorar, y aunque todavía quedaba trecho hasta el dichoso final de la arista (que no llegaba nuca), ahí, a 5700 m comencé a notar la altura (un pequeño mareo si miraba mucho rato a las piedras, que se movían) y la falta de oxígeno (me costó encontrar el ritmo para no tener que pararme cada 4 pasos y boquear como un pez fuera del agua).

Ya estaba en el borde del cráter. El Kibo. Todavía quedaba una hora larga hasta el Uhuru, pero fue un paseo triunfal. E. ya debía haber llegado, D. nos tomó distancia, S. y yo íbamos sonriendo y jadeando pero con la felicidad reflejada en los rostros.



A la izquierda los glaciares del sur, con sus impresionantes paredes verticales de hielo milenario.



A la derecha el cráter, inmenso, de otro planeta, con el sol reverberando en los glaciares en terrazas del norte. Allí, al fondo, el famoso cartel de letras amarillas, rodeado de puntos multicolores, los expedicionarios que ya han culminado la gesta.

S. se quedó esperando a su marido, así que yo terminé sola los últimos metros hasta la cumbre. Llegué la tercera, llorando de emoción y lavando con esas lágrimas todo el sufrimiento causado por el tremendo frío (unos 20ºC bajo cero).



Tiempo para abrazos con montañeros de otras nacionalidades, tan emocionados como yo, fotos, más lágrimas, el recibimiento a los compañeros que iban llegando, más lágrimas… y risas, sobre todo carcajadas de liberación al suavizarse la temperatura con la fuerza creciente del sol.

Todos (tal vez exceptuando a E. "Robocop") hemos sufrido lo nuestro y en algun momento nos inquietaba y tentaba la idea de dar media vuelta. Y cada uno ha encontrado en sí mismo o en un compañero y en los guías, la fuerza necesaria para llegar a la cima de África.



Allí abajo, el continente que me tiene enamorada, se extiende indómito. Y yo lo tengo a mis pies. Me llevo unas pequeñas piedras de la cima, piedras que llevan allí por lo menos diez mil años. El Kili duerme ahora, pero quién sabe si no despertará de nuevo.

El descenso hasta Barafu ha sido una bendición gracias a las palas de escombro volcánico por las que nos hemos tirado, pero aún así nos ha llevado un par de horas largas. Tentempié y media hora de sueño y con todos los bártulos por un camino cómodo (felizmente para mis extenuadas articulaciones) hasta el campamento de Mweka, a 3000 m. La cena se ha servido pronto para que podamos dormir unas merecidas diez horas aproximadamente. Aunque… no sé, porque la pendiente es de 30º. He tenido que poner mi macuto haciendo tope para no escurrirme cuesta abajo jajajajajajajajajajajajajajajajajaja. No sé si voy a poder dormir… me siento tan bien…

1 comentario:

__m__ dijo...

LA PUTA HOSTIA
Que gratificante, que esplendido, que maravilla, que bienestar, que alegria que….no tengo palabras…..el frio que has sentido es como si yo lo sintiera mientras leo, tu dolor, tu amargura, tu delirio…pero has sido fuerte, has salido a delante y has sido recompensada de la mejor forma posible…..es tremendo…..