Crónicas Kilimanjaleiras (III)

10 de agosto de 2003 (MIRIAKAMBA – SADDLE – LITTLE MERU)

He dormido como un tronco para estar en una habitación con 23 roncosos más. Para cenar llegaron dos expediciones más, aunque M. y J.A. son los roncadores profesionales. Yo creo que los del grupo francés no han pegado ojo en toda la noche a juzgar por los caretos que lucían esta mañana. El desayuno ha sido alucinante: pasta, sopa, fruta, tostadas, café, té, leche con cacao y sucedáneo de mantequilla. Me he puesto ciega a pan de molde. Cada rebanada es como la suela de la bota de J.A.

La ruta de Miriakamba a Saddle discurre por el corazón del bosque lluvioso,



con esos maravillosos árboles llamados hyggenias (o algo así), que guardan entre sus retorcidos troncos y exuberante ramaje el silencioso secreto de los habitantes de la selva.



En un estanque había huellas de elefantes y antílopes que se acercan arropados por la noche a saciar la sed del día, a salvo de miradas furtivas e indiscretas.



Decenas de rincones antiguos plagados de orquídeas nos sorprenden en cada vuelta del sendero que sube y sube… hasta que el barro se seca, los altos árboles caen y el camino se vuelve polvoriento, seco y los arbustos ocupan los bordes.

Saddle está en un lugar privilegiado. A la derecha se alza el Pequeño Meru, con sus 3800 m, más alto que cualquier otro monte que haya subido antes, más alto que Aneto, y sin embargo, tan humilde y recogido bajo la sombra de su hermano mayor. Después de una pequeña siesta (que no fue tal porque comparto habitación con M. y J.A. y no sé si por la altitud o qué, pero no han dejado de decir tontadas y de hacernos reír a D. y a mí) hemos ido dando un paseo hasta su cima. Sobre las cinco de la tarde, allí arriba la temperatura era de unos 12ºC y las panorámicas quitaban la respiración. Delante, igual de lejano y gaseoso, como un espejismo, el Kili.



A mi espalda, el reto inmediato, colosal y desafiante: el cono volcánico del Meru.



Nos hicimos la foto de rigor en la cima, desplegando la ikurriña, cómo no. Estamos seguros de ser los primeros santutxutarras que llegan ahí arriba.

De regreso, mientras cenamos, llegan unos austríacos. Una de sus compañeras se ha caído en el descenso del Meru y llega en parihuelas con la pierna rota. El mal rollo flota en nuestra cabaña. Pero hay que irse a dormir y descansar, porque a las doce de la noche nos levantan para la etapa final.

Yo me dormí en seguida. Puede que soñara con las lobelias que había en la puerta, o con aquellos topos peludos y negros que vi correteando entre los arbustos espinosos… o con lo que nos esperaba en pocas horas.



1 comentario:

__m__ dijo...

vaya...mal rollo, por miedo a que os pasara algo a vosotros tambien?

continuo leyendo....