Crónicas Jordaneiras (II)

24 de noviembre 2008 - Ammán-Ajlun-Jerash-Ammán

A primera hora estábamos desayunando, ya con sol -porque si oscurece pronto, amanecer lo hace todavía más- mi colacao (me lo traigo desde casa allá donde voy) y esa deliciosa bollería y panadería árabe (lo mismo me he comido ya 1 kg de pan de aceitunas negras). 

Mientras esperábamos que Saleh (nuestro guía) viniera a recogernos, nos hemos entretenido contemplando un desfile de hormonautas pijos que asistían a uno de los eventos que se llevan celebrando ayer y hoy.  Da igual el país, los adolescentes son iguales en todas partes, y los pijos, también.

Con algunos problemas en la recogida de pasajeros y una hora más tarde del plan inicial (aunque yo creo que realmente hacen los planning con una hora de adelanto por si las moscas) hemos salido hacia la primera visita: Ajlun.

Por el camino hemos visto uno de los 11 campos de refugiados palestinos que viven en Jordania y que merecería un capítulo aparte para poder narrar toda la miseria tanto material como espiritual que emana de ese lugar.  También están presentes por todas partes los refugiados iraquíes y exiliados saudíes, que también los hay.

El paisaje es un clon de Jaén, con miles de olivos, invernaderos y una vegetación típicamente mediterránea, que al final de la estación seca no presentaba ese verde lujurioso del que disfrutan en la primavera.

El castillo de Ajlun está enclavado en el cerro dominante de un valle olivarero en su mayoría.  Su estado de conservación es aceptable y en su museo se pueden admirar curiosidades como una expedición de 4 americanos que sumaban la edad del castillo, por ejemplo.  Comparados con los que tenemos en España, pues no deja de ser anecdótico, pero nos divertimos correteando por sus salas, escaleras y pasadizos.

Hemos cruzado el río Yaboc, el que cruzó Jacob con sus rebaños y enganchó al ángel de Dios por el pinrel...

Jacob y sus rebaños nos han acompañado en todo el recorrido y nos hemos reído mucho gracias a ellos, ciertamente.

Por primera vez, y ya son unas cuantas, hemos visto un cordero al sol peeeeeeeeero (aquí viene la novedad) metido entre cristales, claro que desconocemos si era una cámara refrigerada o el cadáver estaba a temperatura ambiente.  Al menos las moscas no revoloteaban cual buitres en derredor.

Volviendo sobre nuestros pasos regresamos a Jerash, la decápolis Gerasa, y la ciudad romana mejor conservada desde la Antigüedad ya que su parte monumental permanece intacta desde hace 2000 años.  Esto no quiere decir que se conserve indemne al paso del tiempo y los terremotos, ni mucho menos.  En realidad está toda hecha una escombrera de miles de piedras que hay que catalogar y reconstruir, claro que como la UNESCO no la quiere hacer Patrimonio de la Humanidad (that is, soltar la panoja) mientras sigan celebrando el festival de verano... pues así va a continuar deteriorándose o dependiendo de la financiación privada.

La visita comienza con un crío que te vende 14 postales por 1 dinar en 14 idiomas, euskara incluido.  Cruzando bajo el Arco de Adriano 

se accede al Hipódromo, y ahora sé qué vería si fuera Ben-Hur compitiendo contra Messala en una carrera de cuádrigas.

400 m después, paseando por las afueras de la ciudad e imaginando cómo estaría todo lleno de puestos de mercaderías variopintas, atravesamos la Puerta del Sur o Puerta de Filadelfia, pues es la salida que conducía a Ammán (Filadelfia para los romanos).

De allí, sin perder de vista el templo de Zeus, hoy hecho un cisco por los terremotos, subimos al Teatro Sur, con capacidad para 3000 espectadores.  Nos los hemos pasado pipa con las pruebas de acústica y el retumbe en los oídos al declamar en la baldosa con el agujerito... y no olvidemos a los gaiteros que no dejaban de dar la chapa jajajajajajajajajajaja.

También nos hemos subido al gallinero, al escenario, salido por los vomitorios y vuelto a entrar... ni que nos hubieran soltado en un parque de atracciones.

El foro es ovalado, curiosidad arquitectónica que se aprecia mejor cuando caminas hacia el Templo de Artemisa y sus mega-columnas, impertérritas (menos la reconstruida y que se mueve) ante el tiempo y los seísmos.  Toda una muestra de perennidad y vigor.

Bajamos al cardo y al ninfeo para intentan encontrar los restos de grabados de peces y otros seres que sobrevivieron a los psicópatas de los iconoclastas.

De nuevo en el cardo vamos regresando mientras comprobamos el pavimento, el tetrapilono sur con columnas de granito rosa traído de mi amada Aswan, los elaboradísimos capiteles, los voladizos de las columnas más altas, las entradas para revisar el alcantarillado, el desgaste por el paso de los carros...

Todo esto da hambre, y comemos en la puerta de la ciudad.  Yo, para variar, me pongo morada a rollitos de cebolla y a aishas.  Nos hacemos con una botella de cocacola que nos vamos a traer a casa como curiosidad, y por no traernos un trozo de capitel romano (jojojojojojojo, no somos unos vándalos, afortunadamente). 

Una pequeña siesta de vuelta a Ammán, con un ojo abierto para observar una de las presas, las canteras de caliza, las 26 colinas por las que se extiende la ciudad moderna y panorámica nocturna por el Casco Antiguo, el-Balad, las 7 colinas primigenias sobre las que se asentó Rabbat-Ammón, la capital de los ammonitas.

Aunque mañana vamos a una de mis visitas más esperadas, el Mar Muerto, tengo que reconocer que Jerash ha sido todo un descubrimiento y que ocupará, sin lugar a dudas, un lugar privilegiado en el anecdotario y en los recuerdos de este viaje.

1 comentario:

__m__ dijo...

la foto del teatro es una pasada, recuerdo cuando los estaba estudiando....pero verlos en directo tiene que ser una experiencia maravillosa....