Crónicas Jordaneiras (III)

25 de noviembre 2008 - Ammán-Qasr Kharranah-Qasr Amra-Mar Muerto-Ammán

Sin madrugar tanto como era de esperar, dada la corta duración de los días y la cantidad de eventos que se esperan para hoy, montamos en el autobús conducido de tan jordana manera por Ahmed.  Ahmed es un conductor de tanta edad como experiencia le suponemos, dada la bravura con la que se incorpora a las vías más concurridas, la velocidad con la que toma curvas de 270º sin que volquemos y las constantes discusiones que mantiene con Saleh a temperatura ambiente.

Tomando la salida sur de Ammán y por la Carretera del Desierto, la única autovía con buen aspecto y financiada por los iraquíes (no bien la utilizaron para llegar a los suministros que entraban por Aqaba cuando les bloquearon la entrada por Basora) nos adentramos en el desierto.  El desierto jordano es un desierto alto, por lo que no es tan extremo como el Sahara y no se caracteriza por las dunas o la arena, sino más bien por una capa de piedras oscuras, que no es otra cosa que lava meteorizada.  En unos millones de años llegará a ser un desierto arenoso, pero de momento, es liso y pedregoso en su mayoría.

Y allí, más o menos en el medio de ninguna parte, se yergue Qars al-Jarranah, un caravanserai bastante bien conservado para tener unos 1300 años.  

Un caravanserai, como se puede intuir del nombre, era un lugar de descanso para las caravanas que cruzaban desde la India hacia Europa y Oriente Medio.  En cualquier caso, manda narices dónde fueron a levantar la "venta"... todavía no sabemos de dónde pudieron traer las piedras.

Eso sí, dentro se está fresquito y el efecto Venturi puede disfrutarse arrimándose a cualquier ventana.

Siguiendo hacia el sur, aparece, también en mitad de una tenue hilera de matojos, Qasr Amra, con su pozo y su "rueda de Conan".

Este lugar no dejaba de ser el picadero de un califa, y prueba de ello es la profusa decoración con frescos de sus paredes y techos, con motivos paganos y pornográficos que tiene aterrados a cuantos teólogos musulmanes han pasado por ahí... ¿de cuándo acá un califa, un ser medio divino, puede permitirse burlar los sagrados preceptos del Islam y no sólo montárselo con el harén sino además "fotografiarse" y hacer "pósters" que lo ensalcen?  Los iconoclastas hicieron una fatigosa labor de destrucción y borrado de los frescos... pero una misión arqueológica española les ha dado por el fresco realizando otra ardua y fatigosa labor de restauración, y ahora podemos admirar las nalgas de las señoras representadas, así como un zodíaco en el techo de lo que era el baño, criaturas mitológicas como faunos y comportamientos humanos de un señor con bigote que fue califa en su día.

Entre risitas maliciosas nos tomamos un té a modo de almuerzo y contemplo las montañas del horizonte, pensando que al otro lado está Arabia, y tan en mitad del desierto como yo (y no tan lejos), están Samir, Pedro, Hamad... mis hawiyahnos ;)

Es hora de bajar, y bajar de verdad porque vamos a hiperoxigenarnos descendiendo a 415 m bajo el nivel del mar.  Seguramente alucinaremos en toda la extensión de la palabra.  Y es cierto que la euforia aumenta a medida que cruzamos de nuevo por tierras de Jacob y sus rebaños.  Además nos acercamos lugares no sólo antiguos bíblicamente, sino también nuevos.  El Jordán y el Mar Muerto están a punto de aparecer detrás de la siguiente montaña.

Desde el autobús vemos el letrero que indica el "Lugar del Bautismo", vemos Jericó envuelto en la perenne calima que nace de la evaporación del mar y las fantasmagóricas presencias de Belén y Hebrón.

Comemos en uno de los 3 hoteles-spa con privilegiado acceso a las bituminosas orillas del Mar Muerto y nos damos un homenaje catando un autóctono vino tinto: Jordan River, famoso por su calidad, según los autóctonos.  No está malo, claro que no, pero ni comparación con un Rioja.  Y es que, por muy Tierra Santa que sea la orilla del Jordán, el Ebro sabe cuidar cepas con mucha mejor calidad y ese vino tinto para mí es más sagrado que la sangre del "Señor Jesucristo" (así lo llama Saleh siempre).  Y, por fin, el momento más esperado: el último Puchiiiiiiiiiiiiiiii!!!

Por 1 dinar (precio universal de casi todas las fruslerías) te embadurnas de betún hasta sentirte como el rey Baltasar y apestar como un peón de Asfaltos Campezo.  Todo lo que no sale en las maravillosas fotos que se sacan del Mar Muerto es el olor a azufre y alquitrán que hay por todas partes, lo que escuece un ojo si te salpica alguna gota y el sabor infernal del agua, de la que no hay que tragar porque puedes palmarla.  El baño no es peligroso, claro que no, pero hay que tener precaución para disfrutar a tope de la experiencia.  Y, sin embargo, yo creo que el Lago Rosa en Senegal, era más agresivo para la piel.

La benignidad del microclima, el aire limpio, oxigenado y sano, la paz de la contemplación... sólo han sido horas, pero cunden como días y, desde luego, tengo que volver pero para estar una semana entera, como mínimo, cuidándome a cuerpo de reinona, que me lo merezco.

El atardecer y los chapuzones en la piscina de toboganes fueron la guinda al primero de los pasteles que teníamos previsto comernos en este viaje. 

3 comentarios:

Guiomar González dijo...

Qué pasada de fotos! ¿Existen de verdad esos colores en el cielo y en el mar? Qué preciosidad, algún día yo también me daré un chapuzón por allí...

__m__ dijo...

la ultima foto es un fondo de pantalla pc'ril estupendo.....

Señora del Averno dijo...

Ahí, ahí; de hecho es el fondo que tengo en el ordenador del despacho ;)