Crónicas Venezolanas IV

DÍA 8 (lunes):

Me levanté al amanecer, y como había dejado preparada la maleta la noche anterior, me subí a la terraza de la posada para sacar alguna foto.



D. seguía envuelto en una mortaja de toallas húmedas porque se quemó los pies y la espalda… y mira que avisaron del castigo que inflinge allí el sol… Las gaviotas ya empezaban a dar la vara a esas horas tempranas, y en la laguna interior las garzas también se desperezaban y acicalaban para el día.

En la misma pista de aterrizaje 07 nos esperaba una avioneta para 14 pasajeros que nos llevó a Porlamar. Era la primera vez que montaba en un aparato tan pequeño (porque la avioneta de Ocaña no tenía ni asientos y no cuenta) y era como ir en taxi, solo que el conductor y el copiloto llevaban los cascos puestos.

En Porlamar (la capital de Isla Margarita) nos bajamos de la avioneta mientras repostaban combustible y en un cuarto de hora, otra vez a la avioneta-taxi. La próxima parada era Maturín, donde se bajarían Julio y Raquel, que se fueron al campamento del delta del Orinoco. Se subieron D. y Elena, D. y Chus, Boris (el guía) y… los Hilton (apodados así por el evidente poderío que más tarde nos demostrarían). Después de sobrevolar 14.000 km2 de pinar, hicimos otra escala en Puerto Ordaz.

El Orinoco se extiende aquí inmenso, cobijando islas en su inconcebible anchura y delimita con el trazo perfecto de un tiralíneas el punto donde el Caroní le ofrece sus aguas. El Orinoco baja color café con leche y no permite que las aguas negras del bien llamado Río Negro enturbien las suyas.



Adentrándonos en el cauce del Caroní, aparece la represa del Gurí… sus dos salas de máquinas producen 10 millones de Kw. diarios (el equivalente a 300.000 barriles de petróleo), siendo la segunda central hidroeléctrica del mundo… y es que el Orinoco será el más grande de Venezuela, pero el Caroní es el más fuerte y rabioso. El embalse del Gurí bien podría llamarse "mar" pues tiene 4000 km2 (como Bizkaia y Gipuzkoa juntas más o menos) y afloran los picos de las montañas más altas formando verdaderos archipiélagos, pero no con el increíble color turquesa del Caribe, sino con un negro tan profundo que asusta.

Continuamos remontando el río, ya por su cauce habitual rumbo al campamento de Arekuna. Los signos de civilización van desapareciendo, devorados por el manto verde de la selva… la impenetrable selva, que parece tan bucólica a 300 m desde una avioneta… Al fondo se divisaba una línea roja… "la delgada línea roja" pensé yo… hasta que resultó ser la pista de aterrizaje jajajajajajaajajaja… Andaba yo sacando una fotografía espectacular sobre las aguas ya color coca cola del Caroní cuando… ñññññññññññiaummmmmm… damos una curva en picado que nos pone literalmente sobre la verdaderamente delgada línea roja… jo, y yo me quejaba de los baches de Los Roques… pero si ese piloto y esa avioneta podían perfectamente aterrizar en los caminos de la parcelaria de mi pueblo!!.

Y de pronto… la selva se apoderó de todo. Lo primero: unas avispas del tamaño y grosor de mi dedo gordo. "Pican duro" nos decían… nos ha jodío… si debían tener hasta colmillos las endemoniadas… Nos asignaron la habitación 25, en una cabañita a media ladera… tres camas, una hamaca… y velas (la corriente eléctrica sólo en horario de oficina). Tiempo justo para comer… con increíble panorámica sobre el Caroní y ya estábamos con el bañador, las chanclas y la gorra y el repelente, y el protector solar y las gafas de sol y la toalla y la cámara de fotos… ains… y en lancha hacia el salto de Las Babas. La mala gaita del Caroní en una pequeña muestra…







Las fotos son mudas, no muestran el tremendo rugido de las aguas ni las salpicaduras que llegaban hasta ahí arriba…

Continuamos descendiendo por el curso del indomable río, y nos dimos un baño en aquellas aguas de coca cola, en las que el cuerpo iba desapareciendo y quedaba a merced de las sensaciones… era un baño a ciegas… sin ver dónde pisabas, ni qué te rodeaba… pero tampoco importaba. D. y yo no lo dudamos y nos adentramos sin mirar atrás. El resto del grupo permanecía expectante en la orilla, desconfiando totalmente. Y nosotros disfrutamos de aquella parcela de intimidad en la que nuestro lado primitivo y salvaje pudo por fin salir. Tanto tiempo anhelando unos instantes en contacto íntimo con la Naturaleza y allí estábamos… como dos indígenas, embadurnándonos la cara con el limo del fondo, enganchándonos en las ramas, zambulléndonos sin temor alguno en esas salvajes y templadas aguas que arrastraban en su seno la esencia del Infierno Verde. Una leve tormenta encendió un arco-iris como para enmarcar toda la tierra.

El regreso fue un paseo en silencio, al menos por mi parte. No dejaba de escuchar, de oler, de saborear el aire… Y cuando llegamos a Arekuna, tenía hambre… puf… y habría dado uno de mis ojos miopes por un cacho de pan con jamón… joer, eso habría sido el colofón perfecto… Pero el cocinero tuvo a bien prepararnos el plato nacional venezolano: Pabellón criollo… jo… qué cargo de conciencia… sólo me comí el arroz y la carne mechada… el plátano frito y las caraotas negras (alubias) como que no me llamaban la atención. Mucho agua, con hielo… un hielo que también se derretía con rapidez… y manga larga y pantalón largo. Ya se había pasado la hora del puri-puri, un mosquito minúsculo pero cabrón como él solo y sus 7 millones de compadres XDDDD, así que con un poco de repelente fue suficiente para aguantar inmaculada durante la tertulia después de la cena. El patriarca Hilton se enzarzó en una cuita política con Boris, el guía… y como ya mis bostezos empezaban a escandalizar a la señora de don Hilton, pues me puse mirando al río. A mi lado se sentó Tomás, de 12 años, el hijo de Eduardo, el jefazo del campamento.

De pronto ocurrió uno de esos milagritos de la Naturaleza. Llegué a pensar que estaba dentro de un sueño. Las estrellas allí colgadas, el río silencioso a mis pies… y yo en medio de los árboles rodeada de decenas de puntos de luz… como si estuviera en Lothlórien… eran luciérnagas. Tomás me cogió una y la puso en mis manos. Para variar (y menos el puri-puri) era enorme… Echó a volar y así estuvieron suspendidas… mientras la selva se iba a dormir, como nosotros.

Desde la cabaña vimos pasar una bandada de guacamayos rojos que dormirían aquella noche en un árbol cercano. Si no fuera porque dan más guerra que una familia de calorros… habría sido maravilloso. Una vez "apatrullada" la cabaña y visto que no había serpientes, arañas más grandes que la mano (más pequeñas había tantas que no merecía la pena liarse a zapatillazos), y con la vela como único punto de luz… me quedé sopa total.

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